Siete

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Sería imprudente precisar hasta qué grado se había visto afectado el pequeño Kitsune tras la fatidica noche que su futuro fue sellado.

Debido al acto de entera ingenuidad en que se hubo envuelto, Naruto había tomado la resolución de abandonarse a sí mismo para no sufrir los sinsabores de la unión temprana y forzada que le aguardaba una vez finalizado el crudo invierno.

No comía, no jugaba y mucho menos interactuaba con otras especies como venía haciendo desde su nacimiento. Simplemente se dedicaba a dormir y esperar su muerte temprana a causa de la inanición.

Huelga informar que sus familiares hacían lo imposible por devolverle su bríoso estado de ánimo. Muchas lunas Kushina no había hecho más que llorar y permanecer enroscada en el frágil cuerpo de su cachorro. Desconsolada, se había abandonado al mismo destino cruel que amenazaba a cada minuto con la sombra de la muerte.

Minato acaso fuera el más afectado de todos, no importaba cuánto se esforzara en las cazas para traer el mejor alimento a los suyos, usualmente Kushina lo rechazaba y Naruto no hacía otra cosa que yacer oculto y enfermo en su propia madriguera, al cuidado de una madre que se había vuelto a todas luces depresiva e histerica.

Menma y Naruko habían dejado las disputas de lado para sumirse en un estado de absoluta tristeza y resignación por lo que acontecería tarde o temprano. Ninguno entendía la razon que regía las acciones de su pequeño hermano, pero estaban conscientes de que todo había comenzado diez lunas atras, luego de otro de los escapes de Naruto en pos de encontrar diversión en algún sitio apartado del hogar y sus semejantes.

El pequeño Kitsune había regresado de aquella insólita aventura, enclaustrado en sombrías reflexiones. Ausente y con la mirada perdida, se había introducido a su lecho con la determinación de no ver nunca más otro amanecer junto a los suyos.

Todos lamentaban su desdicha.

Todos sufrían por igual.

Porque los comentarios risueños no existían más. Las flores renacían, el pasto se tapizaba de verde, y los deliciosos frutos silvestres pendían nuevamente de los árboles.

Y la luz del pequeño Kitsune, poco a poco se consumía...

***

Otra noche fría y solitaria aguardaba al Alfa en la cima de una saliente rocosa.

Como cada atardecer, Itachi Uchiha se había presentado al  lugar del encuentro en el territorio del remolino para esperar la llegada del travieso Kitsune que se había ganado su corazón en tan poco tiempo.

Sin embargo, una vez más, la árida desazón oprimía su pecho con su ausencia.

Tarde y noche se había presentado al escondite en los días siguientes, y el resultado era el mismo.

¿Habría ofendido al cachorro por haber faltado a uno de sus encuentros?

Itachi creía que si, pero no veía de que forma podía solucionar su falta. Aquella ocasión hizo lo posible por deslindarse de las actividades concernientes a su clan, pero su padre había resultado herido de gravedad al haber pisado una de las tantas trampas estrategicamente colocadas a orillas de la zona oeste. Itachi había sido alertado minutos antes de su precipitada partida.

No llegó al territorio prohibido sino hasta la madrugada, y para entonces ya era muy tarde para conservar el menor vestigio de esperanza por ver a Naruto.

Ahora, una vez más, permanecía expectante por su regreso, situado en una de las ramas más altas de un abeto, con sus brillantes ojos negros fijos en la oscuridad del claro

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