Diesciseis

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Itachi echó un futil vistazo por la ventana del vagón, entreteniendose por un momento efímero al contemplar las centelleantes luces de la ciudad. De manera distraída, apoyó su barbilla sobre la palma de su mano y se quedo pensando en lo meláncolico que era retornar cada cierto tiempo.

Parpadeó al oír el sutil gruñido a su costado y entonces reaccionó. Junto a él se hallaba la pequeña jaula y dentro yacía Naruto, recostado sobre un improvisado cojín de estopa.

-Lo siento, Naruto kun- se maldijo por haber estado cavilando y tomó el vaso de cartón de la mesita para verter la crema líquida restante de su café. Había querido llevar a Naruto consigo en su forma humana pero sabía lo complicado que era para el kitsune mantenerse demasiado tiempo así. Además, su transformación distaba mucho de ser perfecta, sería arriesgado tratar de encubrir las orejas y colas bajo un atuendo holgado, sin mencionar que ello no aseguraba que Naruto no levantaría sospechas, muy por el contrario.

Naruto se incorporó poco a poco de su lecho, se estiró y esperó a que Itachi intrudujera el cuenco para beber de su delicioso contenido. Sus papilas gustativas hormiguearon en deleite, y aunque se sentía incómodo de estar encerrado, el viaje había resultado medianamente aceptable.

-Casi llegamos- Itachi trató de reconfortarlo con unas cuantas caricias. Afortunadamente su padre había guardado todos los documentos para el traslado de animales en la cabaña.

Naruto se mostró sumiso ante el afectuoso trato. Luego volvió a acurrucarse en su sitio y reprimió sus ansias por salir al exterior.

"Me pregunto, ¿Qué habrá allá afuera?

Alzó sus ojos azules y vio a traves de los barrotes el gesto de tristeza que enmarcaba el rostro de Itachi.
***

Altas y gruesas efigies se erigían en derredor como montañas. Las había coloridas y de todas las formas, pero lo que más llamó la atención del curioso kitsune fueron las placas izadas en la parte frontal de los rascacielos, aquellas barandas que almacenaban millares de lucecillas, apenas equiparables al brillo de las luciernagas.

-Debes tener mucha hambre- Itachi se puso de cuclillas para ofrecerle en la palma de su mano un trozo de pan con queso, mismo que Naruto devoró en un par de bocados, saboreandose hasta la última migaja.

Le dolían un poco los tímpanos por el bullicio, y además no había visto un solo árbol desde su llegada, hecho que comenzaba a inquietarlo un poco. Dejó que Itachi lo tomara nuevamente en brazos y no despegó la vista de las decenas de anuncios publicitarios que tintineaban en determinados y coloridos patrones. A cada paso, una nueva duda surgía. Quería saber qué era cada cosa y en dónde estaban los animales, sobre todo los Alfas y Omegas, sin embargo, comprendió que tenía que esperar un poco más, ser paciente para obtener todas las respuestas que necesitaba.

-Aqui es- Naruto apartó sus garras del hombro de Itachi y se viró hacia el frente, encontrandose con un amplio jardín que le recordó a su casa. Había hierba, un montón de hojarasca, un árbol y un pequeño lago bordeado de un material extraño que Naruto no supo identificar hasta que Itachi aclaró sus dudas.

-Es una pisicina- le acarició detras de las orejas tras abrir el cancel y lo bajó para permitirle explorar por cuenta propia.

Sin demorar un solo segundo, Naruto correteó de un lado al otro, feliz y más cómodo en ese medio. Se revolcó en la hojarasca, rasgó la base del árbol con sus afiladas uñas y luego fue a beber un trago de agua, pero Itachi se lo impidió al tomarlo en brazos.

-Es agua contaminada- explicó. -Tiene cloro y es perjudicial para ti.

Naruto ladeó la cabeza confundido y notó que el mayor lo conducía a otra de esas coloridas montañas, con la diferencia de que esta era más chica y menos ostentosa que el resto, además de carecer de luces.

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