CAPÍTULO 7

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Afuera y lejos de la quemazón, la brisa humedecida por el río Pánuco chocaba con el rostro de Lucas, quien se hallaba tremendamente acalorado y sin relacionarse dicho suceso con el lugar que había dejado atrás

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Afuera y lejos de la quemazón, la brisa humedecida por el río Pánuco chocaba con el rostro de Lucas, quien se hallaba tremendamente acalorado y sin relacionarse dicho suceso con el lugar que había dejado atrás. El calor que sentía era interno y a modo furtivo se apoderaba de todo su cuerpo. El escuálido esqueleto se le llenaba de una desesperación apabullante, reflejada en un sudor excesivo que le propiciaba aspecto de haberse empapado con un súbito cubetazo de agua. No sabía hacia dónde iba, lo único que quería era despilfarrar toda esa energía que de forma abrupta creció en él, después de haber salido de un respingón de la pesadez en la que se había inmerso al principio. No pudo detenerse a dar explicaciones ni a advertir que se había retirado, solo sintió la necesidad de correr lejos y sacarse todo ese ardor que le quemaba las entrañas. Los nervios habían sido tan aprensivos que fue incapaz de importarle lo suficiente haber dejado atrás a Erick en medio del fuego y el barullo; del que solo deseó, con un eco lejano del pensamiento, que pudiese salir sano y salvo.

Estaba agitado, pero sin ánimos por detenerse. La distancia recorrida en un santiamén de minutos resultaba impactante, pues solo con mucha atención se lograba vislumbrar a lo lejos una delgada línea de humo que se camuflaba entre la oscuridad del cielo. Había pasado ya por debajo del puente que conectaba el estado de Tamaulipas y el de Veracruz, fácilmente dejándolo por detrás como si corriera ajeno al cansancio. Pronto se topó con el obstáculo de una reja que le bloqueaba el paso, la cual marcaba la división entre una zona de construcción de una estructura de grandes dimensiones. Ahí, el gentío era mayor y se dedicaban con exclusividad al trabajo en industrias portuarias.

Chocó con la reja como si hubiera querido taclearla y seguir avanzando. Las venas le saltaban de la frente y el cuello en señal de desesperación, ya que intentaba arrancar (con todas las fuerzas posibles y valiéndose de manos propias) la cerca para continuar corriendo hasta que el agitado revuelo en su organismo cesara. Así que se aferró desde la fiereza de ambos miembros y empezó a embestirla con vibrantes forcejeos.

Él no se daba cuenta, pero era la viva imagen de algún desquiciado mental en pleno ataque.

De pronto, alguien advirtió el repentino escándalo que el muchacho había iniciado, desde un rincón oscuro y en el interior de una casita pequeña de madera. Ahí, un hombre, achaparrado y con uniforme de seguridad, brincó del asiento desde donde se hallaba pleno y leyendo el periódico, todo para disponerse a reprender al escandaloso «monigote» que intentaba luchar contra la división de alambre. Encendió la lámpara que llevaba en el cinturón, apuntó a Lucas y, con una mano empuñando la macana, se dispuso a hacerle justicia al trabajo que ejercía.

―¡Hey, quién anda ahí! ―arremetió con voz firme, sintiéndose temeroso de lo extraño que resultaba ver a alguien en el estado de Lucas―. ¡Qué haces ahí, loco! ¡Vas a ver si no te bajas de la reja!

Y en cuanto se envalentonó para rebatirlo, en un acto sorpresivo, Lucas arrancó de raíz con una fuerza tremenda el conjunto de cerca, que cual elefante fue quitada como un árbol de la tierra. Al parecer, la luz con la que lo habían apuntado fue tan fastidiosa como para irritarlo y hacerlo desembocar toda la energía contenida sobre las manos.

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