CAPÍTULO 10

107 29 32
                                    

―¡Ala madre! ―exclamó Lucas, sacudiendo la mano, con repentinos pasos para atrás y dejando tirado de súbito el cristal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

―¡Ala madre! ―exclamó Lucas, sacudiendo la mano, con repentinos pasos para atrás y dejando tirado de súbito el cristal.

El resplandor duró unos escasos segundos, pero fue suficiente para encandilar a ambos muchachos. Los dos espabilaron de forma abrupta: Lucas tropezó de espaldas con el equipo de sonido y el otro casi se cae por completo del lado opuesto de la cama, tras una rodada ágil.

―¿Qué fue eso? ―cuestionó Daniel, sosteniendo su cuerpo con una sola mano sobre el suelo y alzándose para ver por encima del resguardo de su colchón.

A la par, los muchachos se miraron desconcertados desde sus respectivas posiciones de seguridad, pasmados con el cuidado de mantenerse en quietud ante la brusquedad de aquel incandescente brillo azul. Lucas negó con un gesto en señal hacia Daniel para abstenerse de hacer algo. Pensaron al instante que aquella cosa estaba viva, puesto que permanecieron firmes en mantener su raya como si se los fuera a comer al detectar algún movimiento suyo.

―¿Te hizo algo? ―volvió a preguntar Daniel, insistente por recibir alguna explicación.

―¡Güey, brilló y sentí caliente en la mano! ―señaló Lucas, en tanto movía su miembro con el que había sostenido tal artefacto, atento a percibir en él algún inminente daño.

Pero el muchacho entendió, casi de inmediato, que el calor palpado directo en su piel no había sido similar al que lo invadió cuando estuvo drogado. No, este resultó diferente, mucho más amigable y muy lejos de ser perjudicial, pues su mano estaba intacta y ni siquiera se atrevía a describir tal sensación como algo cercano a una descarga eléctrica. Era, mejor dicho, una sensación de vibrante energía pura corriendo por sus células.

Aun así, le resultó muy normal permanecer amedrentado ante lo que presenciaron.

Daniel, tomándole la delantera al miedo, fue reincorporándose a cuentagotas. Estiró su cuello para tratar de captar en dónde se hallaba el objeto, y finalizó rodeándolo con trabajosos movimientos sobre su pierna. Con cuidado, se postró atrincherado sobre la contra parte de la cabecera de su cama. Lucas lo siguió con la mirada, tentando las posibilidades que volaban sobre su cabeza ante otro posible contacto con el cristal, ahora inerte en el suelo. Pensó en lo estúpido que sería el muchacho si se atrevía a tocarlo, pero, por otro lado, quería saber el secreto guardado en tal anómala piedra; no dilucidaba mejor forma de hacerlo que tomarla en seco para su análisis.

―¿Lo vas a agarrar? ―inquirió Lucas por la proximidad del brazo del muchacho que iba en aumento― ¡Estás loco, no sabemos ni qué es!

Daniel disminuyó su gallardía atendiendo a los llamados de Lucas, con lo que frenó su ímpetu y su mano próxima a tomarlo. En un destello de inteligencia, se detuvo para rebuscar debajo de la cama un zapato con el que se ayudó para jalar la cadena dorada que se extendía. Una vez tentada, y tras constatar que no tenía reacción alguna con el zapato, la jaló de un solo movimiento y se llevó consigo todo el conjunto hasta atreverse a sujetarla con su propia mano. Ahora sí, mucho menos descuidado y casi hincando las puntas de las uñas sobre la dorada hilera metálica.

Gárdeom: El legado de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora