CAPÍTULO 16

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Habían irrumpido en la casa a punta de pistola, con los pies arrastrándoles y el hombre de las gafas amedrentándolos

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Habían irrumpido en la casa a punta de pistola, con los pies arrastrándoles y el hombre de las gafas amedrentándolos. Los tres aventureros se dejaron llevar, inciertos de lo que ocurriría a continuación, pues Iker lucía en perfecta tranquilidad, lo cual hizo ver que sabría cómo zafarlos de esa encrucijada.

―¿Quiénes son estos? ―se oyó decir al otro sujeto que se estaba encargando del descenso de la mercancía.

―¡Lucas, Iker! ―exclamó Alan al verlos llegar también.

Lucas lo miró y se negó a creer que fuera cierto, pues, a pesar de que no le caía del todo bien, siempre había sido un buen sujeto, en lo que cabía, respecto a alegrar de vez en cuando los momentos aburridos. Se enervaron las aguas, principalmente en el semblante del aparente traidor, quien ya no parecía tener el aspecto seguro y mofado que lo caracterizaba todo el tiempo. Sus amigos lo reconocieron a la distancia, con la extrañeza de que no estuviera de su lado acompañándolos. Lo cual causó que una barrera de suma impotencia petrificara al juzgado muchacho con penetrantes miradas.

Alan quiso ir a auxiliarlos, pero en un santiamén, el otro sujeto lo detuvo de tajo cerrándole el paso sin ningún escrúpulo.

―¿Ya me puedes decir quiénes son estos idiotas? ―se exaltó con la pregunta el compañero de este.

―¡Los encontré fisgoneando en la entrada! ―rebatió el sujeto, casi en un grito, a la par de un empujón fuerte que les dio para así verse aún más intimidante.

Todo se había puesto muy denso, lo cual dejó a Lucas crispado; de su cuerpo le escurrió sudor por su frente y los nervios se le volvieron a reflejar en la vejiga. Los habían arrojado a un sofá (el único que había ahí) en medio de todo un cuarto repleto de las cajas apiladas que contenían las mandarinas inyectadas con droga.

―No somos ningunos idiotas ―se impuso Daniel, a quien no le agradó para nada su trato ni las labores que allí hacían.

―¡Tú cállate! ―le espetó bien sus palabras y se quitó las gafas para clavarle la vista.

Alan solo se mantenía a raya tras la sombra del otro sujeto, quien lucía una llamativa cicatriz de algún tipo de corte profundo en una de sus mejillas.

―¿Qué ese no es...? ―concluyó el de la cicatriz después de mirar un rato a donde estaban arrumbados los tres.

Lucas sintió los huesos engarruñados y una gota de su orina fluyendo al mismo tiempo que apretaba los dientes.

«¡Que no me reconozcan, por favor!», apeló a cualquier fuerza mística que lo socorriera.

―Sí, lo estaba dudando, pero ahora que lo veo bien, sí, es el hijo del gordo del periódico.

El corazón disminuyó sus latidos en el pecho del muchacho después de oír la aclaración de la falsa alarma.

―Así de vigilado lo tenían que se acuerdan hasta del hijo que apenas y veía ―escupió Daniel, irónico y altanero, sin miedo alguno de las consecuencias.

Gárdeom: El legado de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora