Capítulo VI

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Aquella nívea e interminable epidermis le recordaba un lienzo renacentista: completamente perfecta. Los dos tatuajes esparcidos entre la nuca y la mitad de la espalda parecían estratégicamente colocados para magnificar tal perfección de la madre naturaleza. Una cortina de cabellos castaños se enmarañaba sobre los hombros simétricos, cubriendo el sonrojo presente en el hermoso rostro. Los adjetivos no le alcanzaban para describir cuán sublime le parecía la escena. Con ambas manos terminó por sacar la ropa interior que ocultaba la generosa porción muscular trasera. El oxígeno parecía haber olvidado el camino hacia sus pulmones porque le costaba respirar. Se inclinó sobre sus antebrazos para evitar tocarla antes de tiempo. Hizo a un lado la cabellera, procurando inhalar la fragancia que desprendía. Deslizó los labios tentativamente por todo el cartílago de la oreja izquierda, prestándola especial atención al piercing ubicado ahí. Volvió a incorporarse, esta vez, se sentó en el firme trasero. Contuvo un gemido. Se sentía diferente en todas las aristas personales posibles: ella, que ni siquiera sabía cómo satisfacer a una mujer, se hallaba prácticamente dominando a la primera chica que había besado. Recorrió con calma la espina dorsal, besó con paciencia cada detalle de la libélula; hizo lo mismo con la frase “Soy lo que soy” y con cada pequeño lunar que encontraba. Giró a Lauren boca arriba en un intento de continuar apreciando la desnudez hipnotizante de ella. Quedó prendada del abdomen medianamente tonificado, de los erguidos pechos y las rosadas aureolas. Nunca había reparado en la anatomía femenina porque no había conocido a la morena. Le gustaba cada centímetro de piel desplegado ante su insaciable mirada. Parecía necesitar años para aprender los insignificantes detalles envueltos en la figura de Lauren. Por instinto, llevó una mano a un seno mientras su boca atrapaba el otro en un agonizante masaje. El gruñido de la ojiverde le indicó que iba bien, por lo que ralentizó los movimientos de la lengua y succionó el pezón gentilmente.

- Mierda, Camila.

Los jadeos, ahora más constantes, eran música para sus oídos. Continuó la labor en el otro pecho, esta vez utilizando la mano libre para acariciar el vientre de la mayor. Distribuyó una línea de besos por el torso desnudo hasta llegar al nacimiento púbico. Su confianza disminuyó notablemente, lo cual fue malinterpretado por la otra.

- Camz, no tienes que hacerlo…

Fue silenciada cuando un inexperto dedo recorrió la extensión de su zona íntima. Camila mordió el interior de sus mejillas al encontrarse con el calor húmedo que emanaba de ahí. Introdujo dos dedos, recibiendo un grito satisfactorio. Se concentró en las gotas de sudor que comenzaban a descender por la frente de Lauren mientras intentaba mantener un ritmo placentero. Con el pulgar comenzó a frotar el clítoris, percibiendo los temblores de la ojiverde. Aceleró los movimientos, ignorando los reclamos de su propio centro por ser atendido. Ese momento estaba dedicado exclusivamente para venerar a Lauren Jauregui como la diosa que era. Se perdió en el gemido final y la oscuridad de aquel verde que le hacía perder la razón. Esperó a que acompasara la respiración, besando con cariño las mejillas sudorosas. Sorpresa inundó su fuero interno cuando quedó aprisionada contra el colchón y las caderas de la ojiverde presionando las suyas levemente.

- ¿Q-qué vas a hacer, Lo?

- Voy a hacerte el amor, Camz.

Las palabras quedaron atascadas en sus cuerdas vocales. Le era imposible pensar con claridad en aquel instante abrumador.

A Lauren le sorprendió la habilidad innata que tenía Camila para complacerla. Tenía un halo de inocencia y sensualidad cubriéndola, que desestabilizaban sus pensamientos coherentes. Después de ese arrasador orgasmo, habría terminado la noche muy tranquila. Pero la tentativa de tocar a la cubana en puntos estratégicos se le hacía difícil de resistir. Separó las piernas de esta hasta que coincidieron sus centros. Tembló por la exquisitez del contacto. Comenzó a mover la pelvis parsimoniosamente para que Camila se fuera adaptando a la sensación. Le parecía mágico el hecho de que encajaran a la perfección. Besó los labios carnosos porque todas las células de su cuerpo gritaban por un mínimo roce con la latina. Se visualizó en el cielo cuando unas uñas arañaron su espalda y la dulce voz se volvía ronca en murmullos de deseo, pidiendo por más. Los espasmos alcanzaron a la menor mientras ella luchaba por concentrarse en aquel festín visual. Ambas alcanzaron la cúspide mirándose fijamente a los ojos, sin parpadear. Algo dentro de Lauren nació en el segundo que Camila se abrazó a ella, buscando la estabilidad que parecía haberla abandonado luego de su intenso encuentro.
Ninguna habló por lo que parecieron horas, aunque sólo fueron minutos. Para la cubana, las dudas desaparecían cuando estaba entre los brazos de la estadounidense. Con cada segundo apreciando la protección brindada por Lauren, los miedos a la realidad comenzaban a difuminarse. Había pasado demasiados años de su vida prestando más atención a la opinión colectiva que a vivir. Y si algo estaba aprendiendo de la morena era a ignorar las críticas ajenas. Nadie se preocupaba qué la hacía feliz hasta que descubrían que la fuente de dicha felicidad era “incorrecta”. Como la vez que su vecina salió al jardín guiada por su risa infantil, pero la regañó en cuanto distinguió un auto de juguete entre sus manos, alegando que eso era “para varones”. ¿A caso el género importaba a la hora de divertirse? A medida que fue creciendo entendió las pautas machistas de la sociedad, las voces que intentaban reducirla a ser una mujer, como si la feminidad implicara ser débil e infeliz. Tampoco planeaba llegar a su casa y admitir a sus padres que estaba involucrada sentimentalmente con Lauren. Aún debían construir bases sólidas para una relación. No obstante, confiaba en que podrían encontrar una solución a la futura distancia.

Amor a la cubana (CAMREN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora