Capítulo 5 |La busca vidas|
Detrás del estremecimiento de neón de Punk City, el cielo era de un mezquino tono gris. El aire había empeorado; aquella noche parecía un código, y la mitad de la gente llevaba máscaras filtradoras.
Pasó frente a un holograma azul neón junto a un burdel de muñecas sexuales, ciborg y humanas, un enano la saludó desde adentro, pudo distinguirlo entre la multitud. Se adentró en la estancia, en su encuentro, tubo que inclinarse para saludarlo.
—Pequeño bastardo —le dijo con voz amistosa—, ¿cuánto ha pasado?
—Cinco años —el enano se encogió de hombros. Dio un sorbo a su bebida alcohólica y la condujo abriéndose paso entre la gente, maniobraron por los intrincados pasillos del burdel hasta llegar a un balcón elevado justo sobre la gente.
Ya acomodados en el área vip, el enano siguió hablando.
—Dime Hanna ¿a cuantos has matado desde la última vez que te vi —los ojos cobre del genomo le hacía sentir cómoda e insegura a la ves. El hombre pequeño prosiguió—. Eres una busca vidas ¿no?
La mujer de cabello negro se encogió de hombros, traía una pistola en la cintura y un sable largo sobre la espalda. Sus ojos eran diamantes brillantes, las lineas de expresión habían comenzado a nacer en la frente y entorno a la nariz, tomó un sorbo de vino y meneó la cabeza sin mostrar expresión.
—Maté a tantos como hay arena en el mar.
El genomo sonrió.
—Necesito que mates a alguien —inquirió el enano. La melena gris plata le cubrió la cara cuando se inclinó hacia delante—. Lo seduces y luego le cortas la cabeza.
—Bien —asintió ella, fría—, este es mi numero de cuenta le enseñó una pantalla holográfica que se proyectaba desde su reloj.
—Un millón —propuso el hombre pequeño.
—Tres millones —concretó ella.
El genomo asintió de mala gana, y luego sonrieron.
Hanna lo esperaba en la habitación de motel, se había hecho pasar por un prostituta.
—Pero que tenemos aquí —llegó desde la puerta el hombre delgado, tenía un brazo de metal y vestía de cuero.
Se quitó la ropa mientras ella observaba con un visor negro conectado a una máquina de ciber-espacio.
Le hubiese resultado fácil matarlo en ese instante, sin embargo, Hanna prefería divertirse antes.
—¿Te gusta por el culo linda? —el hombre se sentó en el borde de la cama. Su cara era una expresión de lujuria perpetua.
Ella no emitía sonido.
—Ann tomaré eso como un sí —la tomó con fuerza arrancándole el visor del rostro. Ella no se resistió, boca abajo percibió como el hombre se subía sobre ella.
Escupió en su trasero y la acometió por detrás.
Ella no gemía.
—Sé que te gusta, sé que es así, lo sé, cariño —repetía el hombre.
La tomó del cabello y la atrajo con brusquedad, de modo que le sostenía los brazos mientras su tren superior se mantenía suspendido a centímetros del colchón.
—Te gusta, a mi me gusta —gemía.
Hanna se preguntó cuánto tardaría aquel hombre en correrse, cuando se trata del trasero son más precoces de lo normal. Mientras el hombre la agredía como un animal salvaje por el ano, ella pensaba en la mejor forma de hacerlo sufrir, el sexo no era necesario, pero ella lo prefería así, como una especie de ritual previo al derramamiento de sangre.
Pasaron cinco minutos hasta que este se vino en su trasero, pensó que era preferible que eyaculara en su ano a que lo hiciera en su vagina, así no tendría que gastar dinero en pastillas.
El hombre se apartó de ella, jadeante.
—Cinco minutos, nada mal —se incorporó. Caminó hacia él y le acertó una patada en el rostro en arco paralelo al suelo.
Cuando el hombre despertado yacía encadenado a cuatro extremidades en la cama, los dos escoltadas que había dejado en la puerta estaban apilados al pie de esta. No podía gritar debido a al bulto de tela que tenía en la boca.
El hombre divisó el brillo ondeante del metal afilado de una Katana japonesa, ella la empuñaba.
—Hola Rick —dijo ella. Levantó el sable por encima de la cabeza. Un grito sordo se ahogó en la boca del hombre, el sable diseccionó el brazo de carne mientras meneaba el de metal con desesperación.
—No disfrutarás esto Rick. Tu verga tiene buen tamaño, casi me dio placer —blandió la katana y le cortó el hombro al que estaba unido el brazo de metal. El hombre se estremeció de dolor.
Hanna sacó de un bolso cinco estrellas de metal. Arrojó una en el miembro del hombre y lo dividió en dos. Aquel se desmayó por un inste luego se reincorporó en un estado de conciencia.
La mujer lanzó otra estrella, y una oreja calló al suelo. Se acercó, implacable, mientras el hombre se sacudía, poco a poco le introdujo el sable en el ano. Logró escupir el trapo que le cubría la boca y gritó con todas sus fuerzas, cuando le llegó a la mitad ya sea había desangrado.
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Muñecas De Neón (+18)
Science FictionRelatos sexuales (+18) ambientados en la ciudad Punk City, 2097. Relatos de burdeles, fantasía, sexo virtual Etcétera.