La caja de Pandora

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Capítulo 05

La lluvia golpeaba con fuerza el ventanal, sus brazos rodeaban el pequeño cuerpo que aún se sacudía levemente hipando, había llorado tanto asustado y el pequeño Kuan lo había refugiado entre sus brazos en el interior de un fuerte de mantas...

«Dìdì, yo voy a cuidarte, siempre estaré a tu lado, no dejaré que nadie te haga daño, no dejaré que nadie más te vuelva hacer daño»

Kuan deslizó la punta de sus dedos sobre la mejilla enrojecida e hinchada, su padre había abofeteado a Yibo y se sentía tan impotente de ser un niño... probablemente lo hubiese matado.

Kuan extendió su mano hacia él, el fuerte de mantas a su espalda se alzaba con muros lánguidos de tela, pero prometían en su interior un universo paralelo dónde solo podían existir ellos dos.

Miró fijamente a Yibo, quería tomarlo y nunca dejarlo salir de aquél lugar, quería mantenerlo cautivo, bajo su cuidado, entre sus brazos aun cuando su raciocinio le gritaba que estaba equivocado; Kuan nunca había sentido empatía por nada, por nadie, aquella había muerto justo cuando su madre había dejado de respirar, pero nunca había sentido esa necesidad, esa ansiedad de cuidar de alguien, como la que sentía por Yibo, esa necesidad de poseer, de mantener en regla y bajo control, aún no podía deducir que clase de sentimientos le generaba su hermano, pero desde luego, ni uno solo podía ser sano.

—Ven a mi Yibo— Se inclinó un poco más y entrelazó su mano con la suya, tiró suavemente de él para hacerlo levantarse y estrecharlo contra su cuerpo en un abrazo que quiso prolongar hasta hacerse polvo, hasta que el final de los tiempos los alcanzara, frotó su espalda y con pesar le miró con anhelo, y finalmente le invitó a entrar, se apartó de él y se metió al fuerte y se asomó con una sonrisa infantil.

— Ven Yibo, traje luciérnagas para ti— En el interior una vieja lámpara portátil proyectaba pequeños puntos de luz en su interior. —

Yibo le observó un largo rato cuando abandonó la cama.

Sus movimientos, la incoherencia de sus actos fueron como quitar un velo en algún rincón de su mente.

Mientras aquello que Kuan hacia cobraba forma, Yibo estaba cada vez más paralizado, un fuerte.

Era un fuerte...

Su hermano, el del rictus serio, el de mirada intachable, tan correcto como inalterable había armado un fuerte de luces.

Su corazón golpeaba dolorosamente su pecho, en aquel rincón de su mente donde el velo fue apartado, escenas de una protección infinita, un refugio anti monstruos ante cualquier maldad resguardado en los brazos de su hermano.

Sus lágrimas emergieron mientras sin control alguno de su cuerpo se levantaba y estiraba su mano hacia el hasta estrecharle y cerrar la distancia.

Eran dos piezas encajadas, en un abrazo que rompía con las barreras del tiempo, con el dolor lacerante de los años y la censura de su memoria ante tanta maldad, tanta decadencia en una familia tan disfuncional que parecía sacada del peor cuento de psicoanálisis.

Se metió con el dentro del fuerte sintiendo aquella extraña seguridad mientras se aferraba a su ropa, un reflejo de su infancia rota, manchada.

Fue un sollozo que acabo con un llanto roto, un mar de lágrimas amargas y saladas inexplicables, en una súplica que se formaba como un nudo en su garganta y no era capaz de expulsar.

Todos sus demonios fueron liberados en el fuerte, uno a uno la caja de pandora liberó sus secretos y el caos de una mente subyugada a permanecer en completo silencio hasta ese día.

DistopíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora