― ¡Ve con cuidado, Violet! ―el hombre de unos cuarenta, le grita desde su lugar a su querida hija de inusuales pero hermosos cabellos blancos. La pequeña y menuda niña de tan solo 7 años, abanica su mano en forma de despedida a su padre sin mirar atrás, apresurada.
Corría por entre las personas, siendo menudita era fácil escabullirse para aquella niña. Sus cabellos danzan con cada salto que da, y es que es muy hábil a su corta edad. Teniendo a un padre herrero, aficionado al combate, y una madre que era soldado, tiene pequeñas nociones de lo que es el cuerpo, equilibrio y fuerza. Siendo tan pequeña, es alguien muy escurridiza y rápida.
― ¡Violet!―escucha el grito de su amigo, Kuroo. Un peli negro de sonrisa, solo un poco más alto que ella. Alcanza a la peliblanca con una sonrisa, la pequeña sin perder tiempo, toma su mano y sigue corriendo.
― ¡Ya se van a ir! ―Exclama apresurada, viendo desde lejos la calle principal y la reunión de personas que presenciaban lo que ella tanto ansiaba ver, a la Legión de Reconocimiento.
El pelinegro suelta una queja, mientras choca con un adulto que no tarda en reprimirlo. Violet lo esquivo de tal manera que el término chocando con aquel hombre. Violet no reparo mucho, a pesar de ser consciente de que su movimiento iba a causar que chocara con aquel hombre, y se fija desde su altura, en las patas de los caballos, que caminan con calma pero constante.
―Por aquí ―Avisa la pequeña, viendo una carreta a un costado. Sin mucho esfuerzo logra subir, y tiende una mano a su amigo. Ambos de pie sobre esta madera, son capaces de observar con mayor facilidad la calle principal. Las mejillas de la peliblanca se llenan de un leve color carmesí, con emoción.
Su madre solía ser parte de la Legión de Reconocimiento. Algunos la tachan de extraña, ya que incluso después de su muerte, Violet sigue admirando e idolatrando a la Legión. Y como no hacerlo, si su madre por años le hablo de lo genial que era ver el mundo fuera del muro. Que cada muerte, tenía un fin. Que nadie moría en vano, incluso ella.
Años en donde la bellísima mujer preparo a su hija ante su muerte.
―¡Es el comandante, Keith Shadis! ―Exclama la pequeña, señalando al hombre de cabello negro. Su tensa aura lo envuelve, como normalmente antes de cada expedición.
―¡Ahí está el capitán, Erwin Smith! ―Señala el pelo negro, mostrándole a su amiga su soldado favorito. Los ojos de la albina buscan con rapidez al nombrado, y se encuentra con su imponente figura. Se agarra de su amigo en busca de equilibrio ante tan imponente aura, y sonríe con los dientes apretados.
"Irán a la muerte nuevamente" "Son un mal gasto de nuestros impuestos" "no deberían existir" Aquellos y más comentarios llaman la atención de la niña. Personas que admiraran y respetaran la legión, eran muy pocas. Especialmente tras su última expedición, un completo fracaso que se suma a una larga lista de intentos fallidos de la Legión por tener algún avance del mundo que conocen.
