𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐓𝐑𝐄𝐒; 哪里

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Le tocó ver todo el espectáculo de Craig en la casa de los Tweak

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Le tocó ver todo el espectáculo de Craig en la casa de los Tweak.

No recuerda la última vez que lo vio con esa sonrisa en el rostro.

Estaba confundido, ¿Cómo va a sentirse después de que Tweek coqueteará con Craig, y para colmo; que al final volteará a mirarlo para sonreírle? Según el, una sonrisa mal intencionada.

Entró a la casa con un rostro afligido, tirando la mochila al sofá, y encorvándose sobre este mientras se tapaba el rostro, abriéndose un hoyo entre sus dedos para al menos poder respirar. Pero, es que quería dejar de hacerlo, había hecho de todo, le había rogado a Rebbeca porque le pagara su beca universitaria, que ayudara a sus padres para que levantaran su negocio, pero todo el billete que le soltó no le ayudó en nada.

Sentía a Craig alejarse de él, y lo quería, lo quería con cada pedazo de su corazón, necesitaba de él, estaba harto de esta vida sin él, ¿Por qué sufría del rechazo de alguien como él? Aparte del dinero, tenía belleza, ¿Por qué nada de eso lo conquisto desde el primer día que regresó al barrio?

La cabeza estaba a punto de estallarle hasta que escuchó a Rebbeca hablar por teléfono con al parecer uno de sus negociantes.

—A ver, ¿Cómo te explico? Toda la plata que yo invertí para tu campaña, no eran solo para los dulces, ¡idiota! ¿Dónde está mi cita con la alcaldesa? ¡¿Dónde maldita sea?

Desde la otra línea, Kenny se estaba arreglando la camisa, mientras se despedía de una de sus amantes con una sonrisa, con el teléfono contra la oreja y el hombro.

—Fresca, Rebbeca. Tu sabes que ella está muy ocupada para atender tus caprichos.

—Me importa cinco que sea alguien ocupada, Kenny. Yo, necesito hablar con ella, ¿en qué idioma se lo tengo que decir?

—Ya te conseguí la cita con ella, así que le puedes ofrecer lo que quieras, Porque a la alcaldesa le gusta la plata.

—¿Entonces si tengo cita?

—Mañana.

—Pasé por mí a mi casa y nos vamos juntos entonces.

—Te recojo por ahí...doce y media, ¿listo?

Rebbeca colgó la llamada.

Su conversación comenzó en su habitación y terminó tras el sofá donde Thomas estaba llorando. Resopló, y se agachó para pegarle un gritó frente al oído.

—¡¿Cuántas veces le he dicho a usted que no se me encorve?! ¡Qué se pone chueco, omé!

Thomas pegó un salto, limpiándose las lágrimas, sorbiéndose los mocos y enderezando su postura por el miedo.

—Perdón señora. —Se hecho aíre a los ojos para refrescarse el ardor de las lágrimas. Trató de mantenerse serio, pero su mente seguía infestada de ese parasito de los celos. No le fue posible evitar que sus ojos se enchinaran y volvieran a brotar gotas saladas de sus ojos.

𝐒𝐈𝐍 𝐏𝐋𝐀𝐓𝐀 𝐍𝐎 𝐇𝐀𝐘 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐈𝐒𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora