Reflexión sobre los sentimientos

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 los sentimientos en la vida humana es muy central. Son ellos los que conforman la situación anímica interior e íntima, los que impulsan o retraen de la acción, y los que en definitiva juntan o separan a los hombres. Es por eso necesario hacer algunas consideraciones más vivenciales acerca de los sentimientos, que pueden ayudar a entender este importante papel que desempeñan en la vida humana.

Esta valoración positiva en modo alguno es irrelevante, pues hay una escuela racionalista de ética,  que concede a los sentimientos individuales un valor negativo, como si fuesen algo propio de seres débiles.

El peligro que hoy tenemos respecto de ellos es más bien un exceso en esta valoración positiva de ellos, el cual conduce a otorgarles la dirección de la conducta, tomarlos como criterio para la acción y buscarlos como fines en sí mismos: esto se llama sentimentalismo.

Los sentimientos pueden ir a favor o en contra de lo que uno quiere; no los podemos controlar completamente si no nos empeñamos en manejando.

Por ejemplo: el miedo a equivocarse genera inhibición, uno acaba por no actuar; el miedo a engordar puede generar anorexia, y mezclarse con problemas de autoestima. La aparición o desaparición de los sentimientos, por tanto, no es totalmente voluntaria: enamorarse es un ejemplo típico, la química. 

Los sentimientos producen valoraciones inmediatas, sobre todo de las personas, pero también de situaciones que evocan determinados bienes, males, recuerdos: uno se emociona al volver a lugares donde fue feliz hace tiempo, se habla de presentimientos, etc. 

Lograr una estimación correcta de la realidad y de uno mismo evita que los sentimientos hagan salidas en falso: poner mucha ilusión en una cosa o persona imposible para nosotros origina frustración, y que uno ya no intente nada, porque el sentimiento, por decirlo así, se ha desfondado: lo más difícil en la vida es saber asimilar los propios fracasos. Al paralizado sentimentalmente por un fracaso se le suele decir: la vida sigue.

Los errores de apreciación del objeto de los sentimientos originan tragedias, disgustos y peleas: cuando uno descubre que se ha estado auto-engañando, o que una persona no es tan digna de confianza como parecía, viene la ira, la venganza, el despecho, la depresión, etc., y quizá no hay motivo. La presencia o ausencia de ellos no se mide sólo por la emoción, es decir, por un estado de ánimo interior, sino también por la conducta o manifestación externa de ese sentimiento, como se ha dicho.

Lo que una persona siente por otra no es cuestión de sensaciones, emociones o palpitaciones del corazón, sino que se ve en la conducta, por ejemplo cuando alguien sinceramente afirma que nos aprecia de verdad, y luego actúa con indiferencia. 

El aprendizaje de su dominio incluye saber jerarquizarlos: hay miedos tontos, fobias enfermizas e innecesarias, y temores realmente infundados; es decir, hay sentimientos cuya importancia objetiva es muy pequeña.

La conducta apoyada únicamente de los sentimientos, el sentimentalismo, produce insatisfacción con uno mismo y baja autoestima: adoptar como criterio para una determinada conducta la presencia o ausencia de sentimientos que la justifican genera una vida dependiente de los estados de ánimo, que son cíclicos y terriblemente cambiantes: los desánimos se van entonces sucediendo, sobre todo en los caracteres más sentimentales, ya la conducta no responde a un criterio racional, sino a como nos sintamos.

El estado de ánimo es importante, pero no lo más importante: de hecho se altera con los cambios del mundo circundante. Exagerar la importancia del estado de ánimo conduce a poner como instancia a la vida humana el cómo me encuentre, y esto indica ceder el dominio de uno mismo a un sentimiento u otro.

Los gestos son, por así decir, el lenguaje de los sentimientos, un lenguaje específico del hombre, de enorme riqueza: hay gestos del rostro, como reír, llorar, sonreír, fruncir el ceño... Los hay del cuerpo, como ponerse en pie, inclinar la cabeza, postrarse... También hay gestos de la mano, de los hombros, etc.

El arte es quizá el modo más sublime de expresar los sentimientos, porque expresa en primer lugar una realidad, es decir, el objeto desencadenante, y además nuestro sentimiento hacia ella. El arte mismo es todo él una manifestación de los sentimientos y de la capacidad creadora del hombre.

Entre todas las artes, la música es un modo privilegiado de expresar, transmitir y suscitar sentimientos. La música ocupa en la vida humana un lugar más importante del que solemos atribuirle. La música tiene un enorme poder de evocar y despertar los sentimientos sin nombrarlos, y los potencia, acompaña y expresa.

En conclusión, de todo esto se concluye la importancia de los sentimientos. Una parte no pequeña de nuestra conducta y de lo que sucede en nuestro interior está provocado por ellos: nunca terminan de ser conocidos, porque se reflexiona poco en esa peculiar presencia suya, que empapa toda el alma humana, hace la vida llevadera, atractiva o insoportable, y trae consigo lo terrible, apasionante, odioso, enervante, canallesco, fanático, trágico o maravilloso. Las palabras más cálidas, interesantes y bellas son siempre las que los nombran: la grandeza y la pequeñez humana se mide por ellos, y su ausencia convierte la vida en un desierto monótono.

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