No estaba seguro de qué tan amplio fuera el rango en el que funcionaran sus poderes, pero tampoco me sentía capaz de mantenerme lejos de él. Aunque parte del misterio ya había sido revelado, mucho más detrás de esa sonrisa imperturbable aguardaba por ser desnudado.
Algo oscuro, temía. Y por un momento aquella atmósfera de seducción que él proyectaba cedió, permitiéndome captar algo distinto. Algo acerca de él. Algo en lo que no debía escudriñar. Algo de lo que no querría enterarme.
Él se dio cuenta de lo que andaba pensando. Y ahora trataba de hacerse el ingenuo. No quería que yo siguiera pensando en eso. Leía mi mente. Así que no tenía opción: debía hacerme el ingenuo también.
–¡Cuánta tensión! A veces es mejor hablar que simplemente mirarse mutuamente tratando de leer los pensamientos ajenos –bromeó.
–Me parece que yo soy el único que está "tratando".
–Entonces, sí me crees.
–Nunca dije que no.
Rió para sí mismo con suficiencia, haciendo que me vea como un niño que no soporta perder. Guardaba siempre ese aire tan casual. Como si no tuviera que esforzarse por entender aquello que subyacía bajo el diálogo.
–Como si tuviera que hacerlo –pensé.
–Sabes que es más obvio cuando piensas tan verbalmente –dijo, apartando la mirada, como si estuviera intentando no leer mi mente.
–¿Obvio?
–Te explico. Hasta donde sé, leer tus pensamientos no es un acto voluntario. Los oigo.
–Entonces, no puedes evitar meterte en mi mente. Buena excusa.
Movió la cabeza de un lado a otro, reprimiendo una sonrisa.
–Creo que dijiste que confiabas en mí.
–No. Dije que me creía tu historia de la telepatía. No confío en ti.
–Buena precisión. Sin embargo, me preguntaste algo y creo que fue porque querías oír lo que tenía que decir, ya que no estás en posibilidades de leer mi mente. Así que, ¿deseas seguir escuchando mi respuesta?
–Prosigue –solté impaciente, pero sin mostrar entusiasmo.
–Cómo te decía, puedo oír mejor tus pensamientos cuando piensas verbalmente, es decir, usando palabras...
–Sé lo que eso significa.
Él abrió los ojos y retrocedió, fingiéndose asustado por mi actitud desafiante. Permanecimos en silencio.
–Continúa –le pedí finalmente.
–¿Por favor? –sugirió él en tono socarrón.
–Solo habla.
Giró el rostro, como si le hablara al horizonte. O a sí mismo.
–¿Sabes? Las palabras pueden ser muy precisas. Pero no son suficientes. Nunca bastan. Es imposible pensar con palabras, solo con palabras. Las ideas no verbales están siempre ahí, en el fondo de todo. No son precisas como las palabras, pero son bastante más significativas al estar libres de los límites rígidos de una definición basada en otras palabras. Las palabras, y el lenguaje en todo caso, son solo un vano intento de capturar el alma de las ideas con el fin de poder comunicarlas a otras personas.
Al escucharlo, sentí como si siempre hubiese sabido aquello. Solo que nunca lo había planteado tal y como él acababa de hacerlo.
–Eso es exactamente a lo que me refería –se regodeó con su sonrisa imperturbable.
–¿Cómo haces para ser un sabelotodo insufrible? –pensé pronunciando las palabras en mi mente y con la mirada fija en él, en un intento deliberado de ser oído.
Me respondió con una sonrisa. Esa sonrisa provocadora de siempre... ¡Dios!
¿Acaso estábamos flirteando?
–Ya quisiera... –dijo él.
Pero yo sabía (y por lo tanto él sabía) que me sentía como la vulnerable víctima de sus trucos mentales y su impresionante agudeza. No tenía ninguna opción frente a él. A menos que decidiera jugar mi mejor carta. Eso.
–No –dijo tratando de sonar confiado.
Pero no lo estaba. Sonreí con malicia. ¿Qué era eso que me estaba ocultando?
–¿Por qué no puedes decírmelo? –pensé, desafiándolo con la mirada.
Acosado por los fantasmas de un futuro cercano, un futuro que él no quería que existiese ni siquiera como una posibilidad, se decidió a dar un paso hacia adelante. Cada paso que daba se acercaba más a mí. Segundos atrás había sentido que tenía el control. Ahora mi corazón latía ferozmente. Estábamos tan cerca.
Di un paso hacia atrás, pero mis pies chocaron con el muro. "Fin del camino", pensé mientras contenía la respiración, embriagado por la suya en mi rostro. Paralizado, confundido, vulnerable de nuevo. Él había ganado. Y ahora no podía pensar en otra cosa que no fuera lo mucho que lo deseaba, lo bueno que era en este juego sin palabras, lo poco que me importaba seguir disputándole el juego.
–Bésame –se rindió mi mente.
Y sus labios terminaron de robar aquellos pocos pensamientos que quedaban en mi mente.

ESTÁS LEYENDO
Al otro lado del espejo
Teen FictionUn atractivo muchacho con la misteriosa capacidad de oir los pensamientos aparece y sacarlo de tu cabeza será literalmente imposible. ¿Prefieres vivir un sueño que la insulsa realidad? Esta es tu historia.