1. El Principio del Fin

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Los monstruos estaban en todos lados, no había cómo escapar. Algún día el pánico recorrió cada extremidad de mi cuerpo de tan solo imaginar tener que encarar a uno... Tal como lo hacía ahora.

Sus ojos eran completamente negros carentes de bondad o una simple pizca de empatía. Sus cuatro extremidades largas y pálidas hacían a la bestia aún más espeluznante de lo que lo hacía aquel tronco huesudo con un rostro deforme y cadavérico. Ese momento no era más que el de una bestia acechando a su presa.

Lo que no entendía era su extraño comportamiento. Llevaba unos minutos mirándome de esa intensa manera y no terminaba de engullirme de una vez por todas, me estaba devorando por dentro sin siquiera tocarme, porque los nervios y la ansiedad ardían hasta quemar. Solo quería acabar con el sufrimiento.

Conservaba aún algo de esperanza. Sí, llamadme patético pero por un momento pensé que me dejaría ir, que aún quedaban miles de humanos de los que alimentarse además de un tío indefenso en el medio de la nada.

En el instante en que te planteas la posibilidad de la muerte comprendes lo insignificante que es la vida. Yo en segundos sería un cuerpo más en el montón de cadáveres apilados en forma de fuerte, como un ladrillo en una muralla, nada más, todo lo que era se desvanecería para siempre.

Lo supe cuando vi la enorme garra afilada dirigirse directo a mi rostro. Como un pedazo de carne me cortó en varios pedazos y se alimentó hasta de mis huesos. No habría ladrillo en esta ocasión.

Me desperté sobresaltado y aterrado.

¿Qué mierda había sido eso?

Vaya pesadilla había tenido, de las peores diría yo, pero eso no fue lo único extraño de mi despertar.

Aún con los ojos cerrados por la molesta luz del día que entraba por las ventanas, palmee toda la cama en busca del calor de Tiaret y me decidí a abrir los ojos en su totalidad para ver si silenciosamente se encontraba en algún lugar de la habitación.

Nada. Vacía.

—Es demasiado temprano para ella —me dije en voz alta mientras me estiraba un poco.

En efecto, eran las diez de la mañana cuando miré mi teléfono en la mesa de noche. A estas horas ella no soñaría siquiera con despertar. Tal vez tendría algún pendiente importante...

Muy importante debía ser para lograr levantarla de su cama, es su templo y sus horas de sueño son sagradas.

Algo atormentado me levanté y sin darme cuenta tiré lo que parecía ser un vaso con agua al suelo. Este rebotó en la alfombra y se derramó parte del contenido en ella. Tenía un olor algo extraño pero no le di importancia.

La mañana era calurosa. Me paré frente al espejo y pasé mi camisa por encima de mi cabeza, quedando únicamente con el pantalón de hilo. Me dí unos golpecitos en la cara y me dirigí a la puerta pero... Estaba cerrada.

¿Tiaret me encerró en la habitación? Hoy anda despistada... Joder es que ni siquiera se molesta en cerrar la puerta al entrar ¿Qué motivo tendría para dejarme aquí dentro?

Estaba muy confundido, no entendía lo que estaba pasando.

Comencé a gritar su nombre pero nadie respondió así que recurrí al llamado de mis compañeros.

—¡David! ¡Evan! No me jodan el día o lo van a lamentar ¡Abran la puerta cabrones! —pero mi grito rebotó en el silencio. Esos idiotas me habían jugado una muy mala broma. Han hecho cosas peores pero esto en particular me molestaba mucho.

Marqué a sus números.

El de Tiaret estaba apagado al igual que el de David pero al llamar a Evan algo captó mi atención;

Lo escuché sonar. Entre el silencio se distinguía perfectamente su tono de llamada en la planta baja.

Pero eso era imposible, Evan no se despegaba del móvil ni por un segundo. En ese pequeño objeto estaba su vida, la cual no dejaría tirada en donde alguien más pudiera tomarla. Si no estaba en casa, el teléfono no tenía por qué estar aquí.

Mis nervios se intensificaron, la paranoia nubló mi pensamiento racional. Me posicioné al otro extremo de la habitación y arremetí contra la puerta con todas mis fuerzas.

En mi desesperación volví a llamar a Tiaret y esta vez daba timbre pero nadie contestaba lo que me ponía incluso más ansioso.

No paraba de gritar, maldecir y golpear la puerta todo lo que podía hasta que en un intento esta cedió doblándose el extremo inferior de la madera. La rompí esta vez de una patada y gatee por el suelo de alfombra retorciéndome para intentar salir al pasillo por aquel agujero.

Cuando logré salir me percaté de que no solo estaba cerrada con pestillo y llave sino que tenía un candado.

Quedé atónito y paralizado por un momento. No tenía idea de quién o la razón para encerrarme. Todo pareció muy irreal hasta que corriendo bajé las escaleras y llegué a la sala. Todo era un desastre.

Los muebles estaban fuera de lugar, los cuadros en la pared y la TV se habían caído y la pequeña mesa de cristal estaba echa añicos.

Incluso tenía miedo de gritar ¿A dónde habían ido los chicos y Tiaret? ¿Estaría solo aquí o alguien estaba esperando para noquearme?

En una esquina vi el teléfono de Evan y lo tomé, lo guardé en el bolsillo de mis pantalones de dormir y con cuidado decidí escabullirme de aquel infierno.

Empecé a imaginar lo peor...

Tenía el corazón en la garganta, me estremecía y temblaba con cada latido, ni siquiera sentí el momento en el que un vidrio atravesó la planta de mi pie hasta que apresuré mi paso.

Con pavor abrí la puerta principal y me apoyé en el marco para intentar sacar el vidrio de mi carne pero estaba demasiado profundo.

Creí que ese era el mayor de mis problemas pero la escena en el jardín me hizo ahogar el mayor grito que daría en mi vida entera.

Ahí estaban David y Evan, sentados en el pasto del jardín como dos muñecos de porcelana, cubiertos en sangre de pies a cabeza y con las cuencas vacías... sin ojos, sin una señal de vida.

Y allí, caí al suelo de piedra con el pie sangrando, preguntándome dónde estaría mi novia y si aquello de anoche había sido un simple sueño.

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La Fatalidad De Un Simple Sueño | #ONC2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora