𝙚 𝙥 𝙞 𝙡 𝙤 𝙜 𝙪 𝙚

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—¡Akashiii!— gritó Bokuto alarmado.—¿Viste mi cartera?—tenía un pequeño puchero en los labios, no quería que el día de su aniversario fuera arruinado porque no encontraba el maldito monedero.

No la cagaré más.

Eso fue lo que se dijo a sí mismo tras el primer aniversario, donde fueron a un spa y él olvidó su bañador. Sin embargo, luego fue el segundo, donde las flores que compró eran moradas en vez de azules y en la carta de dedicatoria ponía 'Agashi' en vez de 'Akaashi' porque no había sabido deletrear bien el nombre de su novio al florista. Y por último el del tercer año, en el que todo iba bien, hasta que se acordó de que había dejado la bañera –donde tendrían que ir tras la cena–, con el agua corriendo, por lo que cuando fueron al baño de aquel hotel, el agua estaba por el suelo y para colmo, el grifo que había abierto era el del agua fría, no la caliente.

Pero dejando todo aquello atrás, este año todo saldría perfecto, lo había jurado por su dignidad y por su pequeño Neji.

Neji era el fruto de la unión de Bokuto y Akaashi en el cuarto celo de este último.

Aquel niño tenía tan solo tres meses, había nacido con unas orejas y cola grises, su pelo era negro y sus ojos eran ámbar y rasgados, era un niño precioso; por su complexión, Akaashi diría que iba a ser un gran alfa, pero hasta los cinco o seis años no lo sabrían con certeza –a menos que se presentara antes–. Bokuto había caído ante los encantos de su hijo inmediatamente, según él, su niño le recordaba a Akaashi; por otro lado, al azabache, su hijo le recordaba a Bokuto, no solo porque cada vez que le mirara vería reflejado al mayor en sus ojos, también por el carácter risueño y alegre que había desarrollado en sus tres meses de vida. Eran conscientes de que ser padres primerizos con tan solo veinticuatro y veinticinco años era un poco arriesgado y sacrificado; mas para ellos la paternidad fue un regalo y los sacrificios merecían la pena por oír a su pequeño bebé reír.

Ahora mismo, Neji estaba con Kuroo y Kenma, sus 'tíos' que le mimaban en exceso. Además de su primo Haru.

Se acuerda de que cuando Kuroo y Akaashi se conocieron, el mayor sonrió descaradamente, con su particular expresión felina.

—Así que, ¿este es el chico al que querías y no valía la pena confesarte?

Bokuto puede decir que se sonrojó a más no poder. Al fin de cuentas, aquella fatídica noche si había dicho nombres.

Volviendo al tema, hace un par de años que se habían mudado a un apartamento en el centro de Tokio. Se las arreglaban para ocultar las orejas y cola de Akaashi, aunque cada vez se iba haciendo más común ver algunas personas con esos atributos por la calle.

Extrañaban su humilde cabaña en el pueblo, en invierno el frío se colaba por las paredes y les envolvía –una de las razones por las que se habían mudado–, no la habían vendido, solían veranear en ella; pero no podían pasar los inviernos allí. Así que, como el sentimiento de nostalgia era recurrente en ellos, Bokuto había decidido que celebrarían su cuarto aniversario allí.

 Así que, como el sentimiento de nostalgia era recurrente en ellos, Bokuto había decidido que celebrarían su cuarto aniversario allí

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