One Shot's Ecuador harem [Country Humans]

🍃-A million men-🍃

Pareja: Reino Unidos x Ecuador
Songfic—Mención de violencia física y abusos sexuales/Contenido sensible. 
Chico x Chico 

Peinó algunos mechones de su cabello ondulado cuidadosamente. Un muy lindo y elegante espejo se situaba frente a él con su reflejo. Sus ojos, hermosos como dos cristales brillando entre las olas del mar, se encontraban completamente opacados por una fuerte tristeza que ocultaba su intenso azul. Unas preciosas gemas marinas yacían muertas en sus cuencas, muertas con tanta majestuosidad. 

Sostenía con total delicadeza aquel cepillo de peinar, con diamantes dorados incrustados, entre sus pequeñas manos. Su suave piel se pintaba de apolíneos colores, algo que lo hacía sobresalir ante la vista de cualquiera. Su rostro pulcro y libre de ninguna sola imperfección lo hacía similar a una tierna muñeca de porcelana. Tan pequeño, tan joven, tan dulce e inocente. Su belleza era su condena, su sublime rostro lo llevaría a conocer el peor de los infiernos, un infierno sobre la faz de este mundo llamado Tierra. 

Terminó por arreglar su esponjoso cabello. Su madre siempre repetía a la menor oportunidad de lo lindo que debía lucir todo el día. Una sonrisa vacía se curvó en sus abultados blandos labios color carmesí. No era dueño de una 'masculinidad' como tal, muchas veces o podría decirse que siempre, era confundido con una pequeña niña. Sabía que le gustaba verse bello para sí mismo, maquillarse con todo tipo de productos y vestir las más finas ropas, obsequios de los amigos de su madre. ¿Amigos? Amigos. Socios. 

No podía quejarse, nunca le llegaban a faltar ningún tipo de cosas. Todo se basaba en regalos caros, muy lujosos y bonitos. Su madre, a veces se enojaba cuando cometía alguna estupidez que no le agradaba, pero él era un niño educado y muy obediente, por lo tanto nunca le llevaría la contraria a su 'progenitora'. Era un niño bueno y había aprendido la lección muchas veces, dócilmente como un cachorro maltratado. 

Pero había un momento exacto del día, que odiaba con todo su alma. Ese momento en que el crepúsculo se esconde dando paso a la oscuridad de la noche. Donde ningún alma merodea las calles, ese instantes donde todos se encuentran durmiendo complacidos en sus cómodas camas mientras un desconocido se encarga de arrancarle los peores gritos de dolor de su garganta. Lo odiaba, odiaba todo lo existente. El fuego del infierno lo estaba consumiendo. Pero el calor abrasador no se comparaba con el ardor, que esos hombres provocaban en aquellas partes de su delicado cuerpo que aún no había tenido el tiempo de conocer. 

No conocía lo que era dormir, tampoco descansar. Nunca había visto la tan blanca y bella luz de la mañana, tampoco conocía a aquel señor de oro llamado sol. No tenía idea de quien era la luna, pero si sabía que la oscuridad le aterraba. Esa oscuridad, donde manos ajenas se paseaban por todo su cuerpo, lastimando sin piedad su frágil piel. Haciéndolo llorar, gritar, sangrar y lamentar. Pero debía callarse, aguantar cada uno de sus maltratos porque esa era su nueva vida, esa era la vida que le había tocado. Complacer a un millón de hombres, era su trabajo. 

Sus ojos inertes se acumularon de lágrimas. ¿Realmente era esto lo que debía estar haciendo a sus a penas diez años de edad? ¿Qué era de la vida de los niños de afuera? ¿Ellos también lo hacían? Nunca asistió a la escuela, toda la educación la recibió ahí dentro. Dentro de esa enorme casa, donde sus desgarradores gritos se extraviaban entre los pasillos. En esas cuatros paredes, testigos de todo el daño que era recibido.