Amber Argall

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Hay veces que me siento tan sola que ni siquiera entro en crisis...

Hay veces en que los condicionales condicionan nuestra forma de hablar...

Y otras en las que las condiciones condicionan nuestras formas de vivir.

Luz,

Cámara

Acción.

Siete años: una escena completa para mi, un público analítico a cada acción que emplearía, un futuro por construir y un sueño ajeno por realizar.

La música clásica empieza a sonar.

Y un dos tres, un dos tres, un dos tres.

Repetía la cuenta en mi mente recordando a mi madre con regla en mano tocando al ritmo de los tiempos la regla contra la viga de metal donde yo me apoyaba para hacer las secuencias de pasos.

Piececitos de hierro soportando hasta el final de la pieza musical, todo por hacerlo bien una vez más, todo por terminar agachada en una reverencia a la espera de aplausos masivos y una felicitación insatisfecha de mamá.

El ballet es una disciplina hermosa, profunda, artística... pero nunca fue algo para mi, lo fue para mi mamá.

Siete años haciéndolo robóticamente

Pude haberlo disfrutado aunque fuese un poco, pero ella me lo impidió cada segundo que estuve ahí

"Tienes que esforzarte más, esa niña lo hizo mejor que tú"

"No practicas lo suficiente"

"Estas subiendo de peso"

"Esto no está en tu dieta"

"Tienes que superar a todas estas niñatas"

"No me enorgulleces"

"Yo lo hubiese hecho mucho mejor"

"Con este desempeño no llegarás nunca a ser profesional"

...

Aún recuerdo el día en el que a mis doce años regresé a casa con mi bolso de ballet en mano, el moño engominado ya hacía que mi cabeza doliese por lo estirado que estaba, las piernas me pedían a grito un momento para poder sentarme y la garganta la llevaba en un nudo tapado por evitar estallar.

Ella abrió la puerta, me miró en silencio como siempre hasta que entrara en casa.

Pero antes de hacerlo me adelante en decirlo:

–No quiero seguir en esto mami...

Aún recuerdo esa dolorosa sensación en la garganta al llorar con tanto dolor y retención, mirando hacia abajo por la vergüenza sabiendo que ella me miraba con ese semblante serio y frívolo que la destacaba cada vez que la decepcionaba.

–Nunca lo hiciste bien.

Fue lo único que dijo para cerrarme la puerta en la cara y dejarme fuera de casa.

Aún me da temblor en la voz recordar como esa niña quedaba ahí afuera desplomándose en el suelo con un silencioso llanto que le arrugaba la boca en un puchero lastimoso. Solo quería un abrazo, un beso en la frente.

Ella nunca me preguntó el porqué, nunca se interesó en lo más mínimo de mis razones.

Nunca supo que mi yo de doce años no aguantaba más ese espanto de ser toqueteada y asquerosamente manipulada por el profesor de ballet.

Nunca supo como ese depredador me miraba, como me hablaba en susurros a la oreja, como al "corregirme" tocaba mi cuerpo y lo acariciaba como un cerdo desquiciado.

Gold ManDonde viven las historias. Descúbrelo ahora