La música de la sala retumbaba lo suficientemente alto para que todo mi ser logre desorientarse por completo, cayendo en un estado de euforia que ahora mismo incentivaba con la ingesta de alcohol más el consumo de otro tipo de sustancias que al juntarse dentro de mí, me transportaban a un mundo mejor donde las reglas no existían y tanto Valentín como yo nos adueñábamos de todo.El resto de los chicos se encontraban igual o incluso peor. Tadeo sostenía en sus manos una especie de pipa de la cual iban fumando de a uno por vez en medio de una ronda sin armar y Martín se ocupaba de mantener el vaso lleno de los invitados, con un muy notable buen humor que recién ahora dejaba a la vista luego de pasar toda la tarde con el semblante serio para no perder autoridad.
— Comele la boca, ¿te animás? -dijo el rubio de ojos claros cerca de mi oreja. Sus manos apretaron mi cintura de manera delicada y con un suave tirón logró presionarme contra su cuerpo otra vez.
— ¿Que me vas a dar a cambio? -alcé una ceja y me giré quedando de espaldas.
Poco a poco comencé a recorrerle los brazos con la punta de los dedos, tocando los vellos que crecían en los mismos y asegurándome así de tenerlo cerca todo el tiempo, porque lo último que quería ahora era que se alejara de mí.
— Todo lo que vos quieras. -dejó una suave mordida en el lóbulo de mi oreja y no hizo falta agregar nada más.
Cuando liberó el agarre de mi cuerpo me acerqué a la chica que se ubicaba a un lado de nosotros y que hasta recién estuvo bailando tanto conmigo como con él por diversión y para joder un rato. No pedí permiso porque me recibió con gusto, y ahora eran sus brazos los que me rodeaban y su boca la que se fundía con la mía en un beso cargado de ganas, seducción y ese poder femenino que solamente nosotras somos capaces de irradiar.
No era la primera vez que lo hacía, de hecho podía jurar haber tenido más interacciones con mujeres que con varones a lo largo de mi adolescencia, y aunque nunca llegué a nada con nadie, tampoco me consideraba inexperta en el mágico arte de besar e intercambiar saliva. Dentro de ese ámbito creía que era buena, el resto quedaba a cargo de Valentín.
Sus manos recorrían de manera muy fina el contorno de mi figura, las mías tocaban la longitud de sus brazos y disfrutaba del contacto con las emociones a flor de piel tras haber compartido un porro minutos atrás. El efecto del alcohol fluía por mis venas y aunque lejos estaba de considerar que éste sea mi tipo de ambiente, tampoco me desagradaba. En una sola noche estaba logrando corromper todas las normas que me impuse a mi misma en los últimos años y a pesar de ser consciente de que toda subida tiene su impacto en la bajada, lo único que podía hacer por el momento era elevarme y luego flotar.
Una vez que el beso llegó a su fin, me volteé para ver a Valentín hallando en su rostro una sonrisa de satisfacción pura, demostrando así que acababa de complacerlo como yo quería, y que por ende había ganado una cuota más de su aprobación.
Con delicadeza tomó mi mano y unió nuestros cuerpos nuevamente. Su nariz acariciaba la mía de manera sutil y el color azul de sus ojos lucía mucho más opaco de lo normal, con un destello rojizo a su alrededor. Los párpados caídos indicaban la notable borrachera que cargaba por encima y su aliento caliente rebotando en mi cara fue el estímulo ideal para volver a probar su dulce boca de nuevo.
Procurábamos ir despacio, como si el tiempo no corriera en contra nuestro y el resto dejase de girar alrededor. Ya no le prestaba tanta atención al bullicio o al sonido de la música dado a que mi nivel de audición se redujo a a causa del alcohol distorsionando mis sentidos, y solo bastaba con girar la cabeza para comprobar que el estado de los demás igualaba el de nosotros dos. Cada uno en su propia burbuja, todos juntos y a la vez separados.