18. | Shinkami

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S

entía las manos aprisionado su cuello, robándole todo el aire que necesitaba entrar en sus pulmones.

Por más que luchara no tenía ninguna posibilidad de ganarle.

Siempre había sido débil ante ella.

Pedía ayuda a gritos aunque su voz parecía perderse en algún lugar de su memoria.

Estaba mareado y tenía frío.

Sentía sus manos temblar.

Quería vomitar.

Sin tan sólo pudiera liberarse de esas manos que lo rasguñaban, aun las recordaba, rasgando su piel hasta tornarla rojiza.

Las lágrimas caían y sentía que podía ahogarse en cualquier momento.

Aunque quisiera correr su cuerpo estaba tan entumecido y tampoco tenía fuerzas para levantarse de ese sucio suelo.

Tenía miedo a morir allí.

— ¡Ey!

¿Acaso puedes salvarme? ¡Ayúdame a salir de aquí!

— Todo está bien, no voy a hacerte daño.

¿Por que no lo harías? Todos lo hacen ¿Por que serias diferente? 

— Estás teniendo una crisis.

¿Acaso toqué fondo? ¿Tengo alguna oportunidad de ganarle?

— Respira conmigo, inhala, exhala. Eso es, lo estás haciéndolo muy bien, sigue así. Todo está bien, toma mis manos.

¿Me darías tu ayuda? ¿Me sujetaras antes de caer?

Una respiración profunda lleno sus pulmones.

— Inhala, exhala, apreta mis manos no me molesta.

¿Por que no dejas que me dañe? ¿Por que dañarte a ti?

— Eso es, eres fuerte. Ya paso, todo está bien, lo hiciste bien.

"Uno dos y tres, eso es cariño, todo esta bien"

Siempre que pasaba algo como eso, su madre repetía lo valiente y fuerte que era para luego abrazarlo.

— ¿P-puedes abrazarme?

¿Puedes protegerme?

— Claro.

¿Quién eres? ¿Un Ángel?

— Soy Kane Hideki, Clase 3A.

Escrito con los Kanji para dorado, magnífico y oportunidad.

— Gracias por ayudarme...Yo soy-

— Kaminari Denki, clase 2A. Si, he oído hablar de ti.

El chico desintegro el abrazó sólo cuando él se separo un poco, tenía el cabello negro corto y rapado en su nuca con algunos cabellos cayendo sobre su frente, su piel era pálida y sus labios mantenían un sutil color que le recordaba al árbol de cerezo.

Y sus ojos.

Sus ojos podían recordarle un poco a los suyos, dorados y con cierto brillo en ellos. Tal y cómo el sol, como el valioso oro.

— ¿Quieres que te acompañe a tu habitación? Debes descansar, seguramente estás exhausto.

El lo tomó su mano y lo ayudo a levantarse del charco de sangre donde estaba sentado, no le importo que su pecho estuviera manchado de sangre a la altura de su corazón por que incluso parecía no poder verlo y si lo hacía, no le importaba.