CAPITULO 2

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Cuando bajó por las escaleras del enorme hall, no tardo en en escuchar el barullo proveniente del comedor, al lado derecho. Todos los comensales se giraron cuando entró por la puerta, aún somnoliento. Se frotó los ojos para desperezarse y lo primero que vió fue la mirada de desaprobación de su madre.

- Veo que te has dignado a levantarte para comer con nosotros. Un gran detalle- exclamó con esa voz cantarina cargada de sarcasmo.

- No es para tanto mamá- una voz femenina y dulce lo sorprendió desde el otro lado de la mesa. Danielle estaba allí. Él se acercó rápidamente a abrazarla.

- ¿Cuándo has vuelto hermanita? Creía que estabas en Francia de viaje

- Ya sabes, no podía resistirme a una de nuestras encantadoras veladas familiares y volví anoche. Lástima que no estuvieras en casa.

- Lo siento, había quedado con Rick. Si lo hubiera sabido me habría quedado.

Danielle era su hermana mayor. Le llevaba dos años y siempre habían estado de lo más unidos. Pero hacía ya casi un año que se había ido de casa para empezar la universidad en Oxford. Desde pequeña siempre había querido convertirse en periodista, y sin duda sabía que lo conseguiría. Recordaba cómo de pequeños no dejaba de jugar a que era alguna reportera aventurera en medio de algún sitio pleigroso, utilizando un peine a modo de micrófono y a él siempre como cámara, que ponía los dedos en forma de cuadrado y se imaginaba a su hermana a través de una pantalla de televisión de verdad. Por no hablar de que a Danielle le encantaba siempre meterse en todo.

Ella había heredado el pelo rubio de su padre, al contrario que Adam y su hermano mayor, que habían sacado los genes morenos de su madre. En cierto modo, él y su hermana no se parecían demasiado. Danielle tenía los ojos de un azul claro, vivos y sinceros, con la piel clara y de porcelana. Él, por su parte, tenía los ojos negros como el azabache, y a decir verdad, no sabia de quién los había sacado. Según su madre eran iguales a los de su bisabuelo, pero nunca lo había llegado a conocer, así que no podía afirmarlo. Su cabello, siempre revuelto era de un bonito color chocolate, aunque siempre le costaba domarlo y peinarlo como le gustaba.

- Amalia querida- exclamó su abuela de repente. A veces se olvidaba de las cosas. Su madre decía que estaba un poco loca, pero lo cierto era que él la adoraba.- ¿No va a acompañarnos mi querido nieto mayor? Hace tanto que no le veo...

El gesto de su madre se torció en cuanto escuchó aquello. Era un tema peliagudo. Dejó los cubiertos sobre la mesa y cruzó las manos, un gesto que hacía siempre cuando se ponía realmente seria. Y siempre que hablaban de su hermano se ponía de aquella manera. En casa raras veces se mencionaba el tema, pues siempre su madre se pasaba todo el día de mal humor, e incluso la había escuchado llorar por las noches.

- No, Enzo no ha podido venir mamá. – exclamó rápidamente su padre, con tono serio- Está demasiado ocupado con su trabajo

- Oh- suspiró la abuela- siempre ha sido un chico rebelde. Pero es un buen chico. Cuando se hizo policía supe que había tomado el camino correcto.

Nadie respondió a aquello y el silencio se alargó durante varios minutos, convirtiéndose pronto en incómodo. Su padre bebió un largo sorbo de la copa de vino, y su madre no levantó la vista del plato.

Su hermano Enzo era el mayor de los tres, pero hacía ya mucho tiempo que vivía por su cuenta y no tenía muy buena relación con su madre. Cada cierto tiempo intentaba mantener el contacto con Adam y Danielle, que eran los únicos con los que continuaba hablando, pero aún así, sus llamadas eran distantes y cortas. Nunca hablaba de su vida. Preguntaba a Adam por las clases, y como mucho hacía alguna broma sobre chicas o fútbol, pero jamás preguntaba por el resto de la familia.

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