𝟕. 𝐄𝐬𝐩𝐨𝐬𝐨𝐬

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‘‘El pasado debe quedar en tu memoria como un lindo recuerdo de las cosas maravillosa que hiciste. Pero es ahora donde debes centrarte en lo que es tu futuro, porque allí estaremos solo los dos’’

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El atardecer comenzó a hacer presencia, dejando a la vista los tonos anaranjados más bonitos que alguna vez pudieron presenciar. El dominante tono anaranjado era el que más resaltaba sobre las suaves aguas del mar, donde sus olas se movían al compás de una inexistente melodía, creada única y exclusivamente para los dos individuos que presenciaban el espectáculo de un cielo colorido y un mar reflejándolo como nunca antes lo pudo haber hecho.

Con sus manos entrelazadas y sus miradas fijas en las aguas calmas a pocos metros de sus pies, sonrieron, con la brisa veraniega moviendo sus cabelleras, despeinando los dorados y brillantes cabellos de Gustabo o los azabaches de Conway. Esa era una de las sensaciones que más amaban. Porque disfrutar de la calma y el silencio era lo mejor que podían hacer.

Cuando la noche comenzó a hacer presencia, ocultando el sol y su cielo colorido para ahora darle paso al manto nocturno, dejaron de tener las miradas fijas en lo que era el mar calmo, para ahora mirarse fijamente. Sus iris de diferentes tonalidades brillaban a gracia con las estrellas que comenzaban a dejarse ver junto a una luna llena. La sonrisa seguía presente en sus rostros, declarándose el mayor amor que se les era permitido en aquella soledad.

Entonces, con sus manos temblorosas, Gustabo agarro el anillo de oro pulido que traía en sus manos, atrapó la mano de Jack y le puso le anillo en el dedo anular. Así mismo Jack le coloco el anillo correspondiente a Gustabo. Sus miradas nunca se desviaron, siempre mirándose a través de ellas, leyendo cada uno de los pensamientos del contrario. Gustabo, ya con su anillo puesto, subió las manos hasta dejarlas sobre el cuello de Conway, este movió también sus manos dejando que sus palmas rodearan lo que era la cintura de García.

Fue así como sellaron por completo un juramento silencioso. Fue justo ahí, al lado de las olas resonantes y bajo un cielo estrellado, donde su amor termino grabado en unos anillos de oro brillante.

Sellaron su amor en un beso cálido y lento, donde sus labios se movían de forma tan delicada como lo hacia una mariposa al posarse sobre una bella flor.

La luna fue la única en presenciar la pareja en aquella playa desértica, fue ella quien vio dos recién casados compartiendo su amor en soledad, con miradas llenas de sentimientos inconfundibles y besos cariñosos reflejando el amor que solo ellos tenían. Aquella memoria de amor quedó plasmada en los ojos llorosos del cielo, aquel que presenció hasta las palabras de amor que se dedicaron como votos para la boda en donde solo ellos participaban.

En medio de la playa cerraron un doloroso ciclo para empezar uno nuevo siendo solo ellos en él. Con una carta sin tinta que afirmaba crear un final de lo más hermoso para la pareja y nadie más.

— Te amo.

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El sol ya hacía presencia en el azulado cielo, dejando ver las grandes nubes blancas, cuyas formas podrían ser abstractas a ojo de alguien con poca imaginación o una no muy extravagante, mientras que también podrían tener formas específicas para aquellos con un buen ojo y mente abierta.

Los cálidos rayos solares comenzaron a adentrarse por medio de las sedosas cortinas de las ventanas que rodeaban la habitación, dando justo en el rostro de un dormido rubio. Gustabo, poco a poco se fue despertando, maldiciendo internamente el sol que le chocaba justo en todo el rostro, con frustración termino de abrir sus eléctricos ojos, los cuales tardaron unos cuantos segundos en enfocar completamente el lugar donde se encontraba. Dio un pequeño bostezo antes de removerse un poco en la cama con la intención de salir de ella e ir al baño, mas, sin embargo, un fuerte brazo rodeándole la cintura le freno de cualquier movimiento que estuviera por hacer. Su rostro se movió un poco hasta dar con la persona que le abrazaba, encontrándose con el pacifico rostro de quién ahora podría considerar su esposo, Conway.

Pequeños mechones azabaches le caían por el rostro, cubriendo de forma muy leve sus párpados cerrados. Sus labios rosados y finos se encontraban entreabiertos, soltando pequeños y casi inaudibles suspiros cada tanto. Gustabo sonrió, verlo de esa manera, relajado y sin ningún tipo de preocupación le hacía sentir tranquilo a él mismo, porque después de todo haber escapado de Los Santos no fue tarea fácil, y menos el ocultarse de los que alguna vez le dieron órdenes a Jack.

Se acercó hasta el rostro del mayor para así plantarle un rápido beso en la frente, acto que hacía solo cuando su pareja no lo sentía, para así evitar algún comentario de burla por sus muestras casi nulas de afecto. Con cuidado retiró el brazo que yacía sobre su cintura apresándolo y se levantó de la cama, estiró sus brazos hacía arriba para poder dejar sus huesos crujir por el poco movimiento que habían tenido. Ya un poco más despierto y con más energía se encamino al baño que quedaba en la habitación contigua, se adentro al mediano cubículo y comenzó con lo que ya había optado como su rutina diaria. Algo monótono, sencillo y difícil de hacerlo aburrir. Una rutina que adoptó hace dos años cuando llegaron hasta ese lugar, que ahora consideraban su hogar.

Hace dos años decidieron renunciar a todos los malos recuerdos. Fue hace dos años cuando sus caminos se unieron por completo para escapar de la maldad que los albergo en esa ciudad.

Se despidieron de todos sus allegados y conocidos más cercanos de los Santos. Gustabo, con lágrimas en sus ojos, se aferró todo lo que pudo a su hermano de otra madre; Horacio, y cuando llegó el momento de separar sus caminos se alejo, agarrado de la mano de Jack. Se mudaron a un pequeño pueblo, bastante alejado de la ciudad. Compraron una casa cerca a la playa y cerca de la pequeña civilización de allí. No les costó mucho adaptarse, pero si fue difícil superar el sentirse vigilados por alguien inexistente.

El miedo recorría sus cuerpos cada que salían de la cabaña donde se encontraban, aún sentían miles de ojos sobre sus cuerpos, amenazando con la mirada que su muerte estaba próxima. Pero no fue así. Superaron el temor de vivir con ojos vigilando cada movimiento que hacían, y era ahora cuando estaban completamente felices, siendo unos recién casados sin planes para el futuro.

Gustabo ya se encontraba en la cocina, preparando el desayuno. Se movía de un lado a otro, preparando los huevos para freírlos o calentando el café que Jack siempre tomaba, como ya era costumbre desde hace bastante tiempo. No tardó mucho en terminar de servir lo que era la primera comida que tendrían ese día. Justo cuando iba a poner los platos sobre la mesa de madera que había en la sala, Conway apareció, con su semblante neutral de siempre, sin demostrar sentimiento alguno de lo que fuera que estuviera pensando.

— Buenos días, abuelo — Saludó, Gustabo, acomodando la taza de café y el zumo se naranja frente al respectivo plato. Hizo un ademán con la mano, invitando a su cónyuge a que se sentase a desayunar.

— Buenos días, Gustabín — Ambos tomaron asiento, y con una sonrisa ladina, comenzaron a comer— veo que has despertado bastante temprano, vaya logro, ¿no? — habían pasado años, pero las tonterías y los tira y afloja entre ambos siempre serían una costumbre difícil de dejar.

— Que hijo de puta — susurró, negando con una genuina sonrisa— por una vez que le preparo un delicioso desayuno y me dice estás cosas. Pues váyase a tomar por culo entonces. No le vuelvo a preparar nada— Hizo una mueca falsa de disgusto.

Jack rodó los ojos estirando su mano hasta llegar a la cabellera rubia de su esposo, la despeino un poco ganándose gruñidos por parte del menor.

— Maldito viejo verde dejé mi hermoso cabello quieto, hijoputa — Fue así como se pasaron el resto del día entre risas, cariños, comentarios de mal gusto por parte de Gustabo y unos insultos por parte de Conway.

La noche volvió a reinar el cielo. La pareja de esposos se encontraba en el sillón de la sala, viendo una película de misterio. Gustabo se encontraba sobre el pecho de Jack, mientras que esté le abrazaba por la cintura dándole suaves caricias en la zona, ambos con sus miradas fijas en el televisor que les iluminaba el rostro.

Así le dieron comienzo a una tranquila vida. Donde años antes su vida corría peligro y ahora solo eran ellos dos juntos y sin nada que temer. Vivieron tranquilos, como pareja y como cónyuge. Disfrutaron cada segundo de los momentos emotivos, cada minuto de las risas, cada hora del amor que se regalaban.

Así como todo comenzó con una denuncia termino con una pequeña familia lejos del miedo y del peligro.

Fin.

Semana Norteña || IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora