Atardecer

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Atardecer

Dedicado a Karen X. Medina

Erik adoraba el atardecer. Era espectacular para contemplarlo desde la playa en la selvática Genosha. Se sentaba en la arena con las piernas cruzadas y los brazos circundando las rodillas. No se levantaba hasta que el sol se hubiera ocultado y las primeras estrellas perfilaran en el firmamento. Definitivamente los amaba porque le recordaban a Charles, que vivía en Westchester con sus X-Men, y lamentablemente a la causa que los distanciaba. Erik, o Magneto, había aprendido a aceptar que no podrían estar juntos mientras sus ideales los separaran. Ni uno ni el otro darían el brazo a torcer. Por eso, el único consuelo que le quedaba en la alejada isla era contemplar atardeceres.

Cuando el último vestigio del sol se ocultó y comenzaban a parpadear las primeras estrellas, se levantó para regresar a la aldea que había construido con sus acólitos. Era un ritual permanente: caminar por el sendero con la naturaleza tupida y meditar en su causa y en la distancia de la persona que amaba.

De repente, oyó el estruendo de una máquina en el cielo. Algo extraño en un sitio completamente natural, donde no tenían ni siquiera luz eléctrica. Reconoció el motor de Blackbird. Corrió el trecho que le quedaba hasta la aldea porque sabía que el jet aterrizaría junto al huerto. Cuando llegó, sus acólitos ya estaban junto a la nave esperando a que se abriera la escotilla.

Erik observó expectante. Se deslizó una rampa especial para que bajara Charles. Xavier se presentó en la entrada del avión, sentado en su silla eléctrica, y miró con disimulada ansiedad a los espectadores hasta que reconoció a Magneto. Cuando los motores se apagaron, Hank se acercó detrás de él para acompañarlo. Era lógico que Charles no hubiera volado solo y que el científico hubiese conducido el jet.

Al llegar a tierra firme, el telépata saludó a los mutantes educadamente y detuvo su silla junto a Erik. Se miraron:

─Buenas noches, viejo amigo.

─Bienvenido, Charles.

Los dos se sonrieron y con ese gesto se dijeron sin palabras cuánto se habían extrañado.

.................

Eran escasas las visitas en Genosha así que se organizó una fiesta para los invitados. Terminada la cena, Erik invitó a Charles a su casa. El telépata estaba acostumbrado al confort de la mansión pero Magneto sabía que el abierto Charles se adaptaría a cualquier circunstancia y había elegido venir a la isla entendiendo que no contaría con lujos.

Erik preparó una infusión parecida al té con hierbas autóctonas y bebieron en jarras de metal. Tuvieron que admitir los dos que echaban de menos un buen whisky.

─ ¿Qué te trajo hasta aquí? ─ Erik rompió el hielo.

─Tú sabes qué o quién me trajo hasta aquí y no estoy leyéndote la mente ─ lo desafió con una mirada insinuante.

Erik quiso bromear de los nervios.

─ ¿Te refieres a Hank, que piloteó el jet?

─Erik ─ reprochó manteniéndose serio.

Magneto dejó la taza sobre una repisa. Estaba tenso, no con la ansiedad colérica que lo apresaba en una batalla, sino con una mezcla de alegría y alivio. ¿Podía darse finalmente? ¿Podía ser esta la ocasión para que definieran el rumbo de su relación tan larga? Pero, ¿cómo buscarían conciliar sus ideales opuestos?

─Aunque pueda adivinar la respuesta, quiero oír de tus labios lo que te trajo hasta aquí, Charles.

─Fuiste tú.

Magneto recogió la taza y bebió compulsivamente. El telépata lo observaba dibujando una sonrisa.

─ ¿Es esa la respuesta que esperabas, Erik?

Erik se acercó y arrodilló junto a la silla. Posó las manos sobre el apoyabrazos y Charles le acarició los dedos. Ya no pudieron controlarse y se besaron apasionadamente. Erik lo atrapó de la punta del mentón y su amante le rodeó el cuello con el brazo para apretarlo contra sí e intensificar el beso. No importaba que se hubieran conocido de jóvenes con metas diferentes y que hubiesen pasado cada uno por experiencias distintas en sus vidas porque aquellos labios adorados sabían tan sabrosos como décadas atrás.

El sonido de la naturaleza nocturna que se filtraba por la ventana abierta fue el sonido que acompañaba los chasquidos. Después de un rato se separaron pero Erik se mantuvo de rodillas para que sus miradas se encontraran cercanas y a la misma distancia.

─Nunca antes me habías visitado en Genosha ─ reconoció Magneto.

─Porque vi a tus acólitos y al estilo de vida que llevan aquí como adversarios ─ se sinceró Charles ─. Los dos nos amamos, no necesitamos decirlo, Erik, porque lo sentimos y nos lo demostramos cuando estamos juntos, y creo que lo que nos separa no son nuestros ideales, ya que al fin y al cabo los dos buscamos un mejor lugar para nuestra gente. Lo que nos separa son los métodos que empleamos para conseguirlo.

─Es cierto.

─Y pienso que un método no puede separar a dos personas que se aman.

Erik sonrió, sirvió más té en su taza y en la de Charles, y fue a sentarse en una silla.

─Tenemos que platicar, Charles. Largo y tendido.

─Tenemos toda la noche para ello ─ contestó el telépata dando un sorbo.

Afuera, en medio de la vegetación, se oían los sonidos salvajes de la selva nocturna. La noche pasó lenta y maravillosamente placentera. Erik y Charles dialogaron con la franqueza con la que se hablaban cuando recién se conocieron y el episodio en Cuba no los había distanciado todavía. Se sintieron jóvenes otra vez porque se sintieron llenos de esperanza.

Nadie supo a qué conclusión llegaron pero lo cierto, cuentan los mutantes, es que a partir de aquella vez Charles Xavier se volvió un asiduo visitante de Genosha y Erik Lehnsherr encontró en Westchester un cómodo hogar las pocas veces que dejaba su isla.

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San Valentín. CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora