°•Prólogo•°

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Mi pie sonaba de forma rítmica por cada golpe que daba contra el suelo, me encontraba esperando de forma paciente en mi trono, con las puertas de Palacio abiertas.
Acaricié el bastón que reposaba a mi lado mientras observaba a los presentes. Todos mirando al frente, los pocos que me miraban esquivaban mis ojos con nerviosismo.
Suspiré con pesadez, esto comenzaba a ser muy cansino.
Miré hacia mi derecha cuando percibí un movimiento por el rabillo del ojos, un joven recluta algo inquieto.
De golpe se giró hacia mí, la segunda vez está la mañana.

-¡Mi señor las tropas aún no regresan!- insistió de nuevo el joven guarda, que tenía a su lado.

Se le notaba nervioso, lo había estado desde que las últimas fuerzas del imperio partieron.
Podía entender su inquietud, marcharon cuando las lunas aún eran nuevas y ya se encontraban ambas en creciente.

-No podemos permitirnos más bajas, mi señor...- murmuró por la bajo el guarda sin cambiar su tono de preocupación.

-¿No cree usted qué deberíamos mandarles un mensaje?...¿Y si nos rendimos?-preguntó con tono esperanzado este último.
El resto de los presentes miraron al recluta, con terror, mientras se apartaban levemente de él.

-¡¿COMO TE ATREVES?!- Grité claramente ofendido.
-¿Crees qué rendirnos es una opción?- Noté como mi rostro se iba tornando en una mueca grotesca mientras me acercaba a pasos lentos y pesados, marcados por el ruido de mi bastón de mando, hacia el guardia. Este se encogió, quedando atrapado entre mi cuerpo y la pared.

-JAMAS- repetí con fuerza, desde el fondo de mi garganta golpeando sin piedad en la cabeza al joven elfo, hasta que este cayó al suelo desplomado, con el casco roto, chorreando sangre. Miré por última vez su cara, que había perdido el color antes de apartar mi mirada.

Me pasé las manos por el pelo, intranquilo por los bruscos movimientos. Carrapeé terminando de incorporarme.

-¿Y bien caballeros? Deseo vuestra humilde opinión.

-M-mi señor ¿Debemos enterrar el cuerpo o...?

-¡Sobre el muerto no! ¡Imbécil!- intenté ahogar el grito en la garganta- Sobre nuestras tropas- mi amago de sonrisa se convertía poco a poco en una mueca.
Todos me miraban encogidos en su sitio con sus rostros carcomidos por el temor, resoplé, consejeros, son prácticamente inútiles en situaciones de vital importancia.

-¿Y si...hemos...perdido?- habló el más alto bajando el tono progresivamente hasta tan sólo murmurar la última palabra.
Esperaron pacientemente mi reacción, yo por el contrario mantenía mi rostro serio, mi mirada viajaba por cada uno los presentes.

-N-no digo que sea verdad, pero es una evidente posibilidad, no podemos descartarlo.-intentó reafirmar entre tartamudeos.
Mis ojos se dirigieron de forma veloz hacia el consejero que había hablado, provocando que su rostro de pavor aumentara y retrocediera con lentos pasos en dirección a la salida.

-¿Perdido?- Se me escapó una leve risa de entre los labios. Todos se sobrecogieron ante mi acción.

-¿Estás diciendo, que el gran imperio élfico ha...perdido?- Mi tono de burla sólo aumentaba en cada una de mis palabras comenzando a soltar una escandalosa carcajada.
Los rostros de los consejeros se tornaban a expresiones de puro horror.

-¿Realmente os creéis, pedazo de imbéciles, que tenemos la opción de perder?-Los miré con agresividad- Perder, jamás fue una opción, siempre nos quedará un último As bajo la manga.

-P-pero señ- levanté la mano en su dirección provocando un silencia abrupto por su parte.

-¡Padre!- Una joven de cabello azabache recogido en dos largas trenzas, ojos marinos llenos de preocupación y una pequeña boca con una pregunta residiendo en sus labios.

-¡Natt, hija mía!- Una sonrisa artificial floreció en mi rostro mientras me acercaba hacia ella evitando que diese un solo paso más al interior de la habitación.
Su mirada felina se posó en mi de forma desconfiada.

-Escuché risas, padre, ¿hay algo que celebrar?-pude notar un atisbo de ilusión en sus palabras. Sus ojos se movieron por la estancia que no estaba cubierta por mi cuerpo buscando indicios de festejos.

-Natt, querida, ¿Qué te parece si nos vamos a los jardines? No deberíamos molestar a los consejeros de la corte, seguro que están hacíendo un arduo trabajo por el imperio.
Su rostro transmitía algo de duda antes de asentir en silencio y salir conmigo de la habitación.
Antes de cerrar la puerta me giré hacia los consejeros, que aún se encontraban agrupados en una esquina, estaban temblando, cobardes es la única palabra que se me vino a la mente cuando los miré. Hice un gesto con la cabeza para que se encargarán del cadáver y cerré de un portazo.

La manzana de la discordiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora