Capítulo 4

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Ya había catalogado ese día como malo, pero su inicio con Leonardo era nefasto. Para Martín fue más fácil culparlo por aquella ofensa cuándo no restaba ningún número a su máximo nivel de vergüenza. En realidad, deseó poder accionar uno de esos botones de pánico que ubicaban debajo de los mostradores; no porque necesitara una patrulla para atrapar un ladrón, más bien buscaba que le reiniciara la vida de alguna forma.

Pero ese tipo de magia no existía y su pensamiento parecía una fantasía sacada de una película de Adam Sandler.

—En definitiva no es el comienzo que buscaba para esta reunión—. Soltó Martín suspirando-No se supone que debía ser así en absoluto.

Martín se encogió un poco más en el asiento, preguntándose qué conclusiones sacaría Leonardo de él ahora; que estuviese cruzado de brazos con una expresión imperturbable y el café sin probar no era una buena cosa. Maldijo su mala suerte, también podría hacerlo por su torpeza, es decir, ahora se daba cuenta que su presentación pudo valerle para atar cabos y alejarse, al final fue todo lo contrario. Solo pensó con la polla.

—Tienes razón, creo que debería disculparme por haber actuado tan a la defensiva—. Habló Leonardo por fin mientras le hacía señas al mesero más cercano para que se llevara el café.

—El que debería pedir disculpas soy yo, mi acercamiento seguro que fue raro—. Insistió Martín de forma abrupta. El mesero intentó no hacer una mueca extraña por lo que escuchó.

—Como la mierda—. Estuvo de acuerdo Leonardo con una sonrisa.

—No soy un acosador ni nada por el estilo. Mis habilidades para socializar son un asco y no lo negaré por más que me gustaría cambiarlo.

Leonardo se sintió un poco identificado; claro que no se dirigía a los hombres con las ganas de tener relaciones sexuales escritas por toda la cara. Creyó que leer a Martín era muy fácil y se sintió un poco aburrido por eso. Quizá, porque seguía de manera inconsciente comparándolo con su ex y lo astuto que podía ser cuándo se lo proponía. Pateó a Rafael en el fondo de su mente cuándo el mesero regresó con otro café negro.

—¿Empezamos de nuevo? Lo de afuera nunca sucedió—. Leonardo observó la mano delgada que le extendía.

Él pudo irse en cuánto la discusión comenzó, en realidad podía hacerlo cuándo quisiera. Nada lo retenía, o eso creyó. Leonardo quería saber que escondía bajo todo ese nerviosismo, no admitiría demasiado pronto el hecho que deseaba observar sus ojos azules más tiempo.

—Mi nombre es Leonardo Rivera, estoy interesado en el alquiler de la habitación que publicaste—. Se presentó de nuevo, estrechando su mano. En ese instante observó cómo Martín respiraba hondo y se calmaba. Parecía más centrado, un gran cambio en su semblante sin duda alguna.

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