CAPÍTULO 1. PIEDRA

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La noche era tan clara y silenciosa, que sus pasos sobre la grava que tapizaba el suelo del camino de la entrada a la antigua fábrica de puertas y ventanas, resultaban groseros y molestos. O esa era la sensación que le daban. Qué curiosa era la mente humana, que se perdía en divagaciones absurdas cuando la realidad le era adversa.

Arrastraba el último cuerpo, envuelto en una pesada lona húmeda que unas horas antes cubría una piscina portátil, en el patio trasero propiedad de su víctima número cinco.

Lo subió a estirones por los escalones de hierro colado, negros y anaranjados por el óxido de años de falta de mantenimiento. Cuando había humedad suficiente en el ambiente, gruesas gotas rojas se desprendían de la estructura metálica, creando charcos y riachuelos por doquier, de tal manera que el edificio parecía desangrarse con lentitud, acusando el abandono. Lo sabía, porque lo había visto; era uno de los motivos por los cuales había escogido aquel lugar relativamente apartado.

Escuchó como el bulto que arrastraba gruñía y se quejaba mientras su cabeza rebotaba en todos y cada uno de los escalones, pero no le prestó demasiada atención.

"Enfócate en los detalles importantes, solo en eso", se repetía así mismo una y otra vez.

"Sé minucioso, pero no remilgado. Poco importa su dolor, si en breves momentos morirá por tu mano"

Llegó a lo que dos décadas atrás habían sido los vestuarios y baños de los empleados. Una sala amplia a la que incluso se le habían retirado los tabiques, en busca del preciado plomo que conformaban las viejas cañerías. Entre el desmantelamiento y el vandalismo, el recinto se había transformado en un espacio casi diáfano, alejado de las ventanas y con los agujeros de los desagües todavía visibles.

Aquello le iría bien para deshacerse más tarde de la sangre.

Soltó el saco cerca de una de las cinco puntas de la enorme estrella que había dibujado durante la pasada luna negra en aquel suelo recubierto de óxido, virutas de madera y polvo rancio. La sangre que no pudiera limpiar o eliminar por los desagües, sería indistinguible del entorno en un par de días.

Había seleccionado con mucho esmero todo los elementos a usar durante aquella noche. La tiza, en realidad un trozo de yeso, la obtuvo de un fulano que trapicheaba con sectas, y se suponía que procedía de las paredes de un nicho de un cementerio desacralizado.

Las velas, gruesas y negras, realizadas con sebo procedente de cadáveres de suicidas o muertos con violencia, las adquirió a una orden de monjas con voto de silencio, mas no de castidad, como así lo atestiguaban las profundas cicatrices que sus uñas habían dejado en su espalda. Tenía que agradecer a Pfizer por la ayuda química en forma de pastillas azules que le había permitido copular con todas ellas durante tres interminables noches. Y al supermercado, por las botellas de vodka que le permitieron sobrevivir con un mínimo de cordura, a las lenguas acartonadas y los alientos a leche agria, vejez y podredumbre.

El cuchillo mellado que le aguardaba en el interior del círculo de piedra blanca salina que contenía la estrella, salió del retén de la policía nacional, relacionado con un asesino en serie no identificado y usado en al menos cuatro muertes confirmadas. Era sorprendente la cantidad de gente que traficaba con lo truculento y hasta con el horror más inhumano.

"Y, sin embargo, intuyo que todo esto no es más que atrezo innecesario".

-Creo que solo se necesitan dos cosas, en realidad -murmuró mientras recorría el círculo buscando algún defecto. De paso iba dejando las cabezas de sus involuntarios ayudantes al descubierto, fuera de sus sacos y lonas. A su alrededor, cinco bultos. Cuatro hombres que lo miraban con ojos enloquecidos de pánico, y una mujer que aparentaba mantenerse más entera que el resto, pero todos ellos apenas capaces de agitarse dentro de sus envoltorios.

EL DIABLO Y LA PIEDRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora