CAPÍTULO 5. LA CUALIDAD DEL POLVO

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Mark empujó la puerta con el hombro y esta cedió con un chirrido, al tiempo que se levantaba una nube de polvo procedente de los marcos de la misma. Era la tercera que abría en aquella planta, sin encontrar lo que buscaba. Había estado tan seguro de ser capaz de volver a localizarla... su memoria era excepcionalmente buena para los detalles y eso le estaba ayudando a sobrevivir en aquel entorno confuso y, en ocasiones, cambiante.

"Y ahora no encuentro la maldita habitación"

Calculaba que había vagado por aquellas instalaciones durante al menos dos días completos antes de toparse con un confundido Charles a la vuelta de una esquina. Al principio, solo buscaba huir. Después, localizar refugio y alimento o agua se había convertido en algo vital, y fue entonces cuando comenzó a registrar cada habitación con la que se encontraba. En una de ellas, recordaba haber visto y descartado el material que ahora necesitaba, pero le estaba costando localizar la puerta correcta.

–Se mueven, adelante y atrás... –susurró Charles, al que casi llevaba en vilo sujeto a su cuello. Lo cual era toda una hazaña, teniendo en cuenta la baja estatura de Mark.

–¿Qué? –le interrogó sin mucho afán, mientras casi lo llevaba a rastras hasta la siguiente puerta, una decena de metros más allá. Hacía rato que tenía la sensación de que Charles deliraba, pese a que su cuerpo seguía helado y no parecía tener fiebre.

–Todo aquí va adelante y atrás, adelante y atrás. –comenzó a reírse su compañero con la boca torcida. Ni siquiera abría los ojos.

"¿La mordedura de aquellas cosas sería venenosa?", pensó, mientras lo observaba de reojo con preocupación.

Dio una patada a la siguiente puerta, con la consiguiente nube de polvo, y entró, decidido al menos a descansar un poco en aquel cuartucho.

"Mira por donde", se dijo mientras depositaba a su compañero en el suelo, apoyado contra una pared.

No era la habitación que buscaba, ésta era mucho más grande y tenía un ventanal casi intacto al fondo. Habían amontonadas allí pilas y pilas de trastos, pero lo que le había llamado la atención eran las viejas máquinas de coser con pedal arrinconadas en un lateral. Se acercó a ellas y las examinó, asintiendo con la cabeza al tiempo que se guardaba algo en los bolsillos. Después se abrió paso entre los muebles mal apilados y las cajas de cartón repletas de papeles, hasta una vieja lámpara de carburo que coronaba un estante de caoba. La agitó con precaución, oyendo golpear algo en su interior.

"No me lo puedo creer"

Regresó junto a Charles, que lo observó con ojos entrecerrados y febriles.

–Parece que te haya tocado la lotería –le susurró el herido.

Mark asintió, inclinándose a su lado y enseñándole sus hallazgos:

–Aguja, hilo y una lámpara de acetileno con una piedra de carburo intacta en su interior.

–Vas a coserme las heridas –dijo Charles con un estremecimiento, que Mark no supo si atribuir al shock por la pérdida de sangre o a la anticipación al dolor que la intervención le causaría.

–A coser y cauterizar. Si todo va bien –le contestó poniéndose en pie de nuevo, tras desmontar el depósito superior de la lámpara.

–¿Qué, qué haces? –le interrogó Charles al verle bajarse la bragueta del pantalón y apartarse al otro lado de la habitación.

–El carburo de calcio necesita de agua para generar gas. –comenzó a explicar Mark mientras se oía un siseo metálico y ruidos de salpicadura –. Y no tenemos agua.

EL DIABLO Y LA PIEDRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora