CAPÍTULO 2. KALEB

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Piedra no movió un solo músculo, ni tampoco intentó girarse para contemplar al recién llegado. Su sola presencia resultaba tan apabullante, que hasta el demonio frente a él parecía contenerse, cauto ante un poder desconocido.

-Deberías reforzar la dosis de medicación, has prolongado demasiado el tiempo desde la última toma y comienzas a perder los nervios -lo escuchó hablar desde una posición mucho más cercana que antes, todavía a su espalda.

Sintió hielo en las venas al ver su maniobra al descubierto, sin embargo, optó por alargar la mano hacia la bolsa roja y sacar un blíster con la droga que le ayudaba a mantener la calma.

-Apoyo químico -masculló el demonio, observando a Piedra con disgusto -. ¿Es que ya nadie juega limpio hoy en día?

Piedra tragó dos de las pastillas en seco y advirtió movimiento a su lado, fuera del círculo.

"Se mueve en completo silencio, hasta los espectros de este lugar hacen más ruido que él", pasó fugaz el pensamiento por su cabeza.

El desconocido se detuvo a su lado derecho, un poco más adelantado que él. Justo a la altura del que iba a ser su primer sacrificio, el hombrecillo regordete que hipaba detrás de la ajustadísima mordaza de cinta americana y trapos.

Era un hombre o, al igual que el demonio, usaba la forma de uno. Alto y delgado, de tez morena y manos desproporcionadamente grandes. El cabello oscuro, no moreno ni castaño; ni siquiera negro al estilo del ala de un cuervo. El cabello oscuro, le caía largo por la espalda. Vestía completamente de negro y no sabría decir si se cubría con un abrigo o una capa, pues algo opacaba su silueta, como una tela que ondeara bajo un viento que no se dejaba sentir en aquella sala.

Le pareció que se encogía de hombros ante el comentario del sujeto trajeado, antes de contestarle:

-Bueno, si lo pensamos bien, rara era la vez que no se presentaban a estos menesteres completamente drogados con lo primero que encontraban en el campo. Agradece al menos que aún está vestido y no desnudo, gritando y danzando como un demente.

El demonio parpadeó, sorprendido y esbozó una sonrisa afilada.

-Totalmente de acuerdo, siempre me ha molestado esa parte. Prolongaba innecesariamente el ritual y el hecho de ver sus testículos balanceándose de un lado para otro durante el proceso, me resultaba muy molesto -contestó.

Se hizo el silencio entre los dos, mientras se medían con la mirada. Piedra percibió como el aire se cargaba de amenaza alrededor del demonio, hasta que llegó a un punto en que, sin ver nada, le dolía mirarlo. En cambio, el sujeto de su derecha ni se inmutó. A su alrededor todo era una calma inquietante, como una sima que se asomara al vacío de entre las estrellas. Si la iniquidad que brotaba del demonio, era una moneda lanzada al pozo del hombre alto, Piedra intuía que no iba a oírla tocar fondo.

El demonio debió llegar a idéntica conclusión, porque relajó sus hombros de forma visible, y se ajustó la solapa del traje mientras aquella tremenda aura se desvanecía.

-Cuánto dolor soportas, Shemhazai de los Caídos -susurró el hombre alto con tristeza.

El demonio se quedó helado, con el rostro demudado, a medio camino entre la sorpresa y la incredulidad. Pero mayor fue el escalofrío que recorrió el cuerpo de Piedra al reconocer el nombre. Un sudor frío le cubrió de arriba a abajo en instantes, al comprender que había estado a punto de provocar, no a un demonio vulgar y corriente, si no a uno de los grandes duques del Abismo, un ángel caído.

Se obligó a aflojar la tensión en sus manos, agarrotadas sobre sus muslos. La intervención de aquel extraño le había salvado la vida con casi total seguridad. Pero, ¿quién era?

EL DIABLO Y LA PIEDRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora