PRÓLOGO: un joven argentino

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  Levantarse, ir a trabajar, volver del trabajo, almorzar, dormir la siesta, jugar videojuegos, cenar, dormir. Enjuague y repita.

  A Joaquín esto no le molestaba para nada. La rutina era su amiga, y la monotonía que tanto tortura a otros no lo afectaba en lo absoluto. Disfrutaba de la vida, en general. Era realmente feliz. Salvo por una cosa.

  En Argentina, la Flota Abismal había bombardeado a gran parte de las ciudades de la Costa Atlántica. Los habitantes se retiraron a localidades más lejanas para protegerse.

  Joaquín había tenido que irse de su lujoso departamento en las costas de la provincia de Chubut, y mudarse a una casucha en las afueras de un barrio cualquiera. El haber tenido que abandonar su propiedad lo había amargado bastante, pero entendió que su vida estaría en grave peligro si hubiera seguido viviendo allí.

  Encendía la televisión de vez en cuando para ver las noticias. Aparte de la farándula, los robos, la suba de impuestos y las marchas de grupos de izquierda, de vez en cuando salían titulares acerca del estado actual de la guerra. Los de aquel día eran: "LOS ABISALES SE RETIRAN DE LA ISLA DE LOS ESTADOS", "¡ESTAMOS GANANDO!", "EL MINISTRO DE DEFENSA FELICITA A NUESTROS ALMIRANTES Y A SUS KANMUSUS".

- Dios mío, che. No paran de vender humo, estos desgraciados de quinta.

  Apagó la televisión, preguntándose el por qué la veía, si al fin y al cabo, a los periodistas solo les interesa el dinero que les paga el Estado y las grandes compañías. Dudaba mucho que la Flota Abisal haya sido repelida por las Kanmusu argentinas, es más, para él, las Kanmusu eran sólo una farsa propagandística más para impedir que la población perdiese las ganas de luchar.

  Era un atardecer verdaderamente bello, y como no quería desperdiciarlo, salió de su casa para caminar un rato por la plaza. Se puso una campera para evitar que la brisa le pegara un resfriado.

  Los niños se divertían en los toboganes y columpios, los adultos charlaban, sentados en las bancas. Los vendedores ambulantes ofrecían sus productos, y los ciclistas habituales descansaban bajo las copas de los árboles. Uno de ellos notó a Joaquín y lo saludó.

- ¡Eh, Joaco!, ¿Qué hacés vos por acá?

- Caminando un poco, Martín. ¿Y vos desde cuando andás en la bici a estas horas de la tarde?

- Entreno para ganar el Bike Challenge de Setiembre. Serán 30 kilómetros en plena Patagonia árida, va a estar difícil, pero creo que puedo, mínimo, entrar al top 5.

- Bien ahí. Se que vas a ganarle a esos fanfarrones "profesionales".

- Gracias, Joaco. Y perdoná que te lo sugiera, pero tu trabajo de oficinista te está debilitando, y creo que el ciclismo te va a dar un impulso de vitalidad. ¿Te parece si te unís algun día?

- Hmmmm... Buena idea. No me vendría mal.

- ¡Excelente! El martes a las 4 de la tarde vení acá con tu bici.

  Joaquín se despidió de Martín y sus compañeros bici-locos y continuó su solitaria caminata. Su bicicleta estaba tirada en el patio, y tendría que llevarla al bicicletero para poder tenerla en condiciones.

  Las nubes ya estaban cubriendo los cielos, y el alumbrado público comenzó su jornada laboral. Un suave olor a lluvia se abrió paso por las fosas nasales del joven, el cual decidió dar la vuelta y regresar a su casa antes de que el agua del cielo lo empapara.

  La vagabunda del barrio extendió su mano para pedirle dinero. Él no podía entender el por qué ella seguía pidiéndole dinero, si ya sabía que él jamás le había dado nada, ni un par de monedas siquiera. La ignoró y siguió caminando.

KanColle/Kantai Collection: Cómo me convertí en un AlmiranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora