Toda su verdad

770 87 21
                                    

Beatriz ha cerrado los ojos y asiente al tiempo que aleja su mano de la de él.

- Usted cree que eso cambiará algo? - pregunta después de unos segundos, realmente cansada de todas las horas que ha dedicado a pensar en él, a preguntarse porqué, a cuestionarse su propia culpa y participación en todo lo sucedido. 

Betty no lo mira, sus ojos están fijos al frente y Armando puede sentir en su voz el temor y la desconfianza producto de las ilusiones rotas.

- Yo no sé si hablar cambiará algo, pero necesito escucharla y que me escuche - responde - El silencio sólo hizo que usted terminara así. Y a mí se me está rompiendo algo aquí dentro - palmeandose el pecho - de verla y escucharla así. Y si me quiere insultar o volver a dar una cachetada, lo acepto. Porque me lo merezco. Pero es hora de hablar, Betty, es hora de poner las cartas sobre la mesa. 

Beatriz suspira y se tapa el rostro con las manos, masajeandose las sienes. 

- Lo voy a escuchar, doctor - le responde al fin - con una condición: que me diga toda la verdad. Sólo así puedo pensar en creer en sus palabras. 

Armando suspira y se derrumba en el asiento, la tensión de esperar la respuesta de ella lo desarma por unos segundos.

Mira al frente, baja la cabeza y contempla el timón del carro. Él creyó que podía manejar su vida como manejaba ese carro y nunca tomó conciencia del abismo al que se estaba precipitando y sobre todo, de que se estaba llevando a otros consigo.

Betty también mira al frente, con los brazos envolviendose a sí misma, como si se protegiera. Y en verdad lo está haciendo, porque los dos son conscientes de que esa verdad que ha pedido la va a lastimar, va a echar sal en heridas todavía muy frescas. 

- Beatriz, yo sé que fui una basura con usted. No tengo una explicación ni una justificación, fue una absoluta canallada. Y me arrepiento todos los días de haber sido tan débil de escuchar a Calderón con sus intrigas, de haber sido tan egoísta de poner mis planes para Ecomoda por delante de usted.

- Y lo estoy pagando todos los días, porque en medio de ese frenesí, de esa locura, yo descubrí lo que no sabía que estaba buscando: una mujer como usted.

- Si ve la ironía, Beatriz? - pregunta al aire - De pronto me daba cuenta de que el amor verdadero era posible, por la forma en la que me sentía amado por usted. Pero eso llegaba después de haber sido capaz de lastimarla, después de haberla empujado a mentir, engañar y cometer un fraude por mí. Yo que me creía merecedor de la presidencia, que me creía un hombre deseado y admirado, que me aprovechaba de eso para obtener satisfacción de las mujeres, encontré la mayor satisfacción en su admiración, en su cuidado, en su amor.

Yo me estrellé contra el mundo, Beatriz. Y Dios sabe cuánto lo necesitaba, cuánto me hacía falta para madurar, para mirar más allá de mis deseos, para dejar la superficialidad de la que siempre estuve rodeado y en la que me regodeé sin importarme nada más.

- Y cuando pude mirar más allá y la vi a usted, de verdad, ví a un ángel. Un ángel al que yo conduje al infierno. 

El silencio que sigue a estas palabras no presagia nada bueno. Betty ha fruncido el ceño y tiene las manos crispadas sobre sus piernas, atrapando la tela de su pantalón con fuerza. 

- Usted no se daba cuenta, doctor? - pregunta, el dolor colándose entre cada una de sus palabras - Usted no veía que yo era incondicional?. 

- No lo sé, Beatriz! - mueve la cabeza negando, todavía incapaz de entender haber sido capaz de llegar a ese extremo - Sí lo veía, claro que sí. Tal vez no era capaz de entenderlo y aceptarlo, tal vez era consciente de que no lo merecía. Y además... además se empezaron a mezclar otros sentimientos. 

- Yo nunca había conocido los celos hasta que me enamoré de usted - Armando resopla y busca las palabras para explicar lo que en un principio no entendió - Vea, nunca me había importado ser el único destinatario del amor y la atención de alguien. Y de pronto me importaba, de pronto quería que eso tan especial que usted me generaba, fuera sólo mío. Sí me entiende? 

- Le juro por mi vida, Betty, que le estoy diciendo la verdad. O por lo menos, toda la verdad que puedo entender. Porque lo que usted generó en mí, yo no lo había sentido en mi vida. Toda su ternura, toda su entrega, su cuidado conmigo. 

- Dígame, cómo no me iba a enamorar de usted? Cómo iba a resistirme a semejante mujer? 

- Pero sí se resistió, doctor - su voz es un murmullo que va tomando fuerza - Sino por qué el doctor Calderón iba a escribir esa carta? Usted le contaba lo que pasaba entre nosotros para que él lo ayudara a inspirarse, no es cierto? 

Beatriz lo mira, sus ojos nuevamente brillantes de lágrimas y Armando no puede más que golpearse  la cabeza contra el timón del carro, como un penitente que se flagela. 

- Sí, sí, Beatriz! Calderón era mi-mi cómplice, la voz de la desconfianza, la voz del cinismo. De él fue el plan y él fue quien al principio escribía sus tarjetas y compraba los detalles. 

- Pero sabe qué? Algo cambió la primera noche que estuvimos juntos, Beatriz. 

Betty enrojece ante la mención de esa noche. Su conciencia todavía le remuerde haber sido capaz de entregarse, de haber creído a tal punto en sus palabras. 

- La noche que usted no quería estar conmigo - puntualiza, recordando cada una de las palabras que se dijeron en esa habitación. 

- La noche que me tomó por sorpresa, Beatriz, la noche que me desarmó y me dejó con el mundo dado vuelta! - la voz de él es desesperada, denotando la ansiedad que siente porque ella le crea - Yo no quería dañarla, Beatriz, no quería que usted se sintiera mal por pensar que yo no la podía desear. Porque en el fondo... - Armando toma aire y se lanza, de una vez por todas - en el fondo yo ya estaba enganchado a usted, irremediablemente. 

Betty agacha la cabeza y niega para sí, una sonrisa triste colándose en sus labios. 

- Por qué sigue mintiendo, doctor? - le reprocha con tristeza. 

- No! No es mentira, no es mentira. Yo creí que controlaba esa relación, que podía ser simplemente como una más de las que yo solía tener, co-con las modelos. Y no. Porque de pronto me encontré sonriendo ante usted, recordando los momentos que pasábamos juntos. La ternura que usted me inspiraba, su confianza absoluta en mí, incluso su forma de reír que en un principio me resultaba tan extraña. 

Armando suspira nuevamente, sintiendo sus manos vacías rogar por el tacto de ella, quiere tocarla, besarla, abrazarla, pero esa mujer que está sentada a su lado ya no parece su Betty. 

- Usted me quiere decir, doctor, que se enamoró de su fea asistente? - Betty ríe con sorna y el sonido es tan extraño para él que lo desconcierta por unos momentos.

Cuando responde, la voz de Armando suena como un susurro, como si fueran palabras que no se cree merecedor de pronunciar, aunque en ese gesto se está jugando su vida y su futuro con ella. 

- Sí, Beatriz. Yo me enamoré de usted, de mi asistente, la mujer más dulce, buena, inteligente y con el alma más pura que conozco. Y amo a esa Beatriz, no importa cómo se vea. 

- Lo siento mucho, doctor - susurra también ella - Pero esa mujer de la que usted habla ya no existe. 




La noche que pudimos hablarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora