Capítulo 1

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Sirenas: Hijas del Mar y Perdición de los Hombres. Cuenta la mitología griega acerca de unas criaturas marinas tan bellas como peligrosas... Conocidas por seducir a marineros usando sus hipnotizantes voces para arrastrarlos hasta la muerte.

Allí figuraba Gustabo, sus ojos azulados eran la vívida imagen de un tormentoso mar dispuesto a hundir a cualquiera que osara acercarse, y su socarrona sonrisa que invitaba a los tontos marineros a seguirle gustosos hasta su propia perdición.

Su hermosa cola de un tornasolado color verdoso reflejaba poderosamente los últimos rayos que el sol de atardecer arrojaba sobre el mar y sobre su suave piel. Adoraba esa dorada y rojiza postal junto a la calidez que le entregaba.

Con agilidad, se hundió en las profundidades, nadando en dirección a una roca de gran altitud que se posaba justo en frente de aquel territorio terrestre donde residían los humanos. Ya conocía sus horarios, solían ser seres muy aburridos y rutinarios, además de ruidosos.

El único sonido que adoraba de esas bestias que andaban sobre sus dos pies, era aquella gruesa y adictiva voz proveniente del capitán del "Astra", el navío más imponente y majestuoso, que volvía al muelle cada mes, anunciándose mediante el canto de su tripulación.

Varoniles voces podían ser escuchadas mediante melodía a gran distancia, mientras la enorme embarcación abría las aguas a su paso para poder avanzar. Antojadizos suspiros eran pronunciados por jóvenes admiradoras desde tierra firme, irritando al rubio.

Seguía posado sobre la roca, aunque oculto en esa masa rocosa evitando ser visto como siempre había hecho. No quería ni debía ser notado por los humanos, mucho menos por aquel capitán de frondosa barba que le quitaba el aliento a Gustabo, no era ese el plan.

El ojiazul simplemente disfrutaba oír su grave voz al llegar, ver su solemne indumentaria de capitán del navío, y su alegre sonrisa... vaya que deseaba ser él el receptor de aquella majestuosa sonrisa. Apoyando su mejilla sobre su mano derecha, le observó fascinado.

Una vez la embarcación se aquietó y los hombres descendieron de ésta, distinguió a su huraño capitán perderse en soledad hacia el interior del pueblo, mientras el resto de marinos era acompañado por sus parejas y familias.

Las sirenas no eran criaturas que se emparejasen, sólo utilizaban a los hombres para atraerlos como presa fácil hechizándoles con su canto, de modo que les era posible quitarles la vida y alimentarse de ellos, a veces simplemente... lo hacían por mera diversión.

Sin embargo, Gustabo llevaba años observando a Greco, su capitán favorito. Una parte de su interior empatizaba directamente con él, esa sensación de soledad y oscuridad le unía al hombre de barba, haciendo crecer en él una inmensa necesidad de acercársele.

Por las noches dedicaba sus cantos a ese humano que residía en su mente con constancia y permanencia absoluta. Muy en su interior, el rubio anhelaba ser su compañía, tal vez sólo un amigo, pero le era imposible negar su naturaleza.

Era enormemente probable que una vez le tuviera cerca, su instinto pernicioso y descorazonado le llevaran a cometer una locura, tal vez incluso hiriéndole de muerte, y eso...eso no se lo permitiría a sí mismo bajo ninguna circunstancia, no con el apego que sentía.

Así fue, como dando inicio a una nueva noche bajo cientos de miles de estrellas, Gustabo dejó que su hermosa voz fluyera, mezclándose con la salada brisa marina y el castigador oleaje del océano. Su rutilante y dulce melodía dejó brotar sus más íntimos sentimientos.

A través de ella cada fibra de su agónico corazón pudo liberar su pesar y desesperanza en una armonía creada para deleitar y embriagar a quien la oyese. Aquella criatura soñaba despierto, fabricando vívidas imágenes mediante cada nota musicalizada.

Grecabo AU - SIRENAS (Short Story)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora