Abrí los ojos lentamente, la luz encontraba su camino en la habitación a través de los pequeños resquicios formados en la persiana.
Extendí mi brazo y volteé el reloj de mi mesita de noche, revisando la hora.
"Agjj" Me quejé al ver que ya me tenía que levantar. "Uff, ¡ay ay ay!"
Intenté ponerme en pie, pero la tripa me dolía un poco, seguramente por la comilona de la noche anterior. La sobé unos segundos, pretendiendo mitigar el dolor y deleitándome con su esponjosidad. Estaba notablemente más blandita que ayer por la noche, pues parte de la comida se había digerido, pero al igual que el martes, la zona cercana a su estómago mostraba un poco más de contundencia cuando se le presionaba con el dedo.
Al pensar en esa sensación, me acordé de los extraños sucesos del lunes por la noche y no pude evitar sentir ganas de volver a probarlo. Mentiría si dijese que no quería repetir el encuentro con la bestia.
Volví a mirar al reloj y me alarmé cuando comprobé que me había pasado más de siete minutos embotada en mis pensamientos.
Me levanté con, más cuidado esta vez, y me dirigí al baño para darme una ducha rápida. De nuevo tenía restos de comida al rededor de mi boca y por toda mi pancita.
Mientras me duchaba, me di cuenta de que ni mi madre ni mi padre habían venido a despertarme, lo que me pareció más que extraño, tendían a disfrutar con mi sufrimiento. No pretendo ser melodramática o hacerme la víctima, pero no cabe duda de que les encantaba en ended y apagar varias veces seguidas la luz para despertarme, o aprovechar la situación para meterme sustos gritando y diciéndome que llega a tarde a la escuela, aún cuando no era así.
Acabé de ducharme y me vestí, bajé las escaleras lista para desayunar y aguantar las frías miradas de mis padres; pero allí no había nadie. Me aseguré de mirar bien por todas las habitaciones de mi casa y no había ni rastro de mis padres. Sonreí instantáneamente.
Me encaminé hacia la nevera, la boca se me hacía agua sabiendo que podría desayunar más de lo permitido.
Mi sonrisa se apagó cuando en la puerta del frigorífico había una cadena de hierro que envolvía la manecilla y evitaba su apertura. De entre los eslavones sobresalía una nota:
Sabemos lo que hiciste ayer por la noche, hoy no desayunas.
Pateé la nevera enfadada. Mi panza emitió un gruñido, exigiendo ser alimentada. La palmeé soltando un suspiro y bajando la cabeza.
"Lo siento amiguita..." Me quejé acariciándola.
Sin mucho más que hacer, preparé mi mochila y salí en dirección al colegio, iba a llegar antes de tiempo pero no me importaba, no tenía otra cosa que hacer.
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Estaba ya entrando por la puerta cuando sentí unas manos agarrarándome los brazos por detrás. Eran duras y ásperas y las reconocí de inmediato.
"¡Connor!" Le saludé con una sonrisa sincera.
"Hola" Contestó él apartando la mirada avergonzado.
"¿Pasa algo?" le pregunté cogiéndole de la mano y poniendo la mía sobre la suya. Dios, son enormes, mis manitas de bebé no llegaban ni a cubrir sus palmas.
"Es solamente que me cuesta mirarte a la cara"
"Connor, mírame" Agarré sus mofletes y lo obligué a mirar para abajo. La diferencia de altura era enorme. "Te he dicho que te perdono... siempre me gustaste y gustarás y ya te he dicho que entiendo como te sientes y por lo que has pasado"
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Atracones Nocturnos (volumen completo)
ParanormalNara es una chica de dieciséis años que siempre ha tenido un extraño fetiche por la comida y que quiere engordar, pero al ver si reciente aumento de peso, sus padres la ponen en una estricta dieta. No será sin la ayuda de un espeluznante y misterios...