Lunes

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Tras salir de la escuela:

Caminaba por las calles abarrotadas del centro del pueblo, con rapidez, mientras sobaba y acariciaba ligeramente mi barriguita, sabiendo que pronto podría complacer sus quejas y llenarla hasta arriba con con el bocadillo que había robado de la cafetería. Sé perfectamente que robar no está bien, aunque sea solamente un bocadillito de nada, pero no aguantaba el hambre... así es, mis padres ahora me mandan a la escuela sin merienda, consideran al almuerzo una comida innecesaria que resulta en un aporte extra de calorías inservibles, a pesar de la ingente cantidad de estudios que demuestran lo beneficioso que es llevar una pieza de fruta para comer a media mañana.

Esta tarde iba a estar sola en casa, como casi todas, pues mis padres trabajaban hasta tarde. Tenía planeado devorar el bocadillo en mi casa, pero no aguanté... lo sé, son una golosa sin remedio, pero de verdad no aguantaba más. Desvié mi rumbo y me escondí en un callejón vacío, saqué con cuidado y admiración el bocadillo y desenvolví el papel de aluminio que lo envolvía, guardándomelo en el bolsillo para tirarlo luego. Mi boca ya estaba babeando y podía sentir mi estómago rugir con fuerza... acerqué la comida lentamente a mi boca mientras cerraba los ojso, dispuesta a saborear hasta la última miga.

"shjjg" 

Un ruido algo extraño sonó. Miré hacia arriba confundida, volviendo a abrir los ojos. Allí no había nada... le resté importancia, sería solamente un gato. Retornando al majestuoso bocadillo. Sin más dilación, lo enterré hasta el fondo en mi boca, saboreando con delicadeza todos los ingredientes. Mordí, mastiqué y tragué el enorme trozo.

"Jolín, si le doy semejantes bocados me lo acabaré en dos más..." dije fastidiada, sin querer pensar en el efímero tiempo de vida del bocata. "¡A por el segundo asalto!". Engullí lo que quedaba del bocadillo en prácticamente un mordisco y tragué con algo de fuerza, había metido demasiado... pero la sensación de la descomunal cantidad de comida atravesando mi garganta hasta llegar a mi estómago no tenía precio.

Salí del callejón y caminé rápidamente hasta llegar a mi casa. Mi familia vive en una casa relativamente grande (si se tiene en cuenta el pequeño tamaño del pueblo) dicha casa está situada a las "afueras", que no es más que una zona del valle en la que no se pudo edificar debido a la inclinación del terreno y en la que solamente se encuentran unas casas desperdigadas, entre ellas, la mía. Si pensasteis que vivía en medio del monte, pues no estáis del todo equivocados jajajaj. Me gusta mi casa, desde la ventana de mi cuarto, se puede ver gran parte del pueblo y como la presencia de luces o tráfico es mínima, se pueden observar también las estrellas, por lo que suelo quedarme despierta hasta tarde viéndolas, sentada en el alfeizar de mi ventana.

"Uff, aghh, ufff, ¡porfín!" exclamé agotada por tener que subir la empinada cuesta. Esta cuesta conducía hasta la valla de madera que delimitaba el área de nuestro jardincillo. Me apoyé en ella, agotada y aún resoplando; seguramente tenía toda la cara roja del esfuerzo. Tras recuperar el aliento, alcé la vista para encontrarme con un paquetito que aguardaba paciente al pie de la puerta principal. Me acerqué y lo examiné: no tenía remitente y en verdad, por tener no tenía ni sello, por lo que deduje que simplemente alguien lo había llevado hasta allí y lo había dejado como si nada. Me asusté un poco al comprobar que la destinataria era yo, supongo que es la reacción normal cuando te encuentras el paquete de un completo desconocido, que además sabe tu nombre, aguardando a tu regreso de la escuela. Dudé en cogerlo o tirarlo a la basura, pero al final me decanté por la primera opción. Lo cogí con cuidado y lo llevé a mi habitación. Me senté en la silla de mi escritorio y dejé el paquete a un lado, sacando los libros de la escuela y empezando a hacer los deberes.

Llevaba media hora atascada con el álgebra cuando miré de reojo al paquete, ¿Qué podría haber dentro? La curiosidad me estaba matando... me acerqué y con manos temblorosas rasgué el celo que cubría las dos tapas de cartón, apartándolas con cuidado y observando el interior con cautela; como esperando a que algo fuese a saltar de dentro en cualquier momento. Una nota, no había más que una nota. Me tranquilicé al instante y la agarré.

Atracones Nocturnos (volumen completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora