Cap. 1 Parte 10

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Deidara lo observaba con los ojos tan abiertos que a Sasori le parecía imposible que siguieran en su lugar. Por otro lado, Konan simplemente parpadeaba rápidamente. El pelirrojo había tratado de no quedarse lo suficientemente estupefacto como para que sus piernas no volvieran a responder, y aunque todavía las sentía temblando como gelatina, siguió avanzando hacia sus amigos. Durante una centésima de segundo se preguntó qué aspecto estaba ofreciendo pues las caras de los invitados que se atrevían a dirigirle una mirada no daban pie a pensar que fuera bueno.

Había murmullos y casi todos desaprobadores e incrédulos respecto a lo que acababa de suceder. Una vez que llegara con sus amigos, estaba seguro de que le echarían bronca o le preguntarían en qué había estado pensando —aunque siendo sinceros, Sasori no había logrado hilar su mente con el cuerpo en ningún segundo luego de que empezaran a bailar—. No obstante, las palabras que cruzaron los labios del rubio fueron muy distintas, y le hicieron pensar que el menor estaba tratando de hacer un ridículo peor que él mismo:

—Dijiste que no sabías bailar, hum —comentó, con tanta seriedad que a alguien ajeno a la situación podría haberse partido de la risa—. Dijiste que no querías bailar con nadie jamás.

Sasori lo miró.

—Yo no quería bailar. Ese Uchiha me arrastró a la mitad del salón —murmuro, sonrojándose levemente.

—Bueno, de esto no se dejará hablar en mucho tiempo. —Comentó Konan, con las cejas arqueadas—. Ha sido una escena de lo más peculiar.

¿Cómo podría negarlo? Sasori bajó la mirada, tan aturdido que Deidara podría decirle que el arte era efímero y él habría coincidido sin dudarlo.

Las miradas sobre su persona, recriminando, murmurando y quién sabe qué más, ponían a Sasori nervioso. Necesitaba aire; de pronto se sentía como en una caja que ceñía su cuerpo lo apretaba, casi como una anaconda. ¿Se estaba asfixiando? Tenía mucho calor, pero no dejaba de temblar. ¿Por qué Itachi había actuado de esa manera tan poco ortodoxa? Y él, ¿por qué se lo había permitido?

Simplemente se había dejado hacer, como una de sus marionetas; solo que él no había sido el titiritero.

Su corazón latió con tanta fuerza que hizo una mueca de dolor cuando golpeó su pecho. Solamente quería salir de ahí pitando; huir como lo habría hecho aquel niño luego de robar una hogaza de pan.

Pero ahí se quedo, tan tieso que podría pasar por una estatua de piedra. Oh, ojalá y fuera una.

—¿Danna? —le llamó el rubio a un lado. Sasori alzó la mirada—. ¿Está bien?

El pelirrojo tragó saliva y asintió lentamente.

De verdad, solo quería salir de ahí.

Y fue entonces que sus piernas empezaron a reaccionar, y salió de aquel gran salón lo más rápido que pudo, ignorando el grito del rubio, que lo llamaba desde la lejanía.

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No había pensado en sus últimas palabras, y se dio cuenta de la confesión que estaba haciendo una vez que Fugaku le miró con la boca desencajada y, un momento después, Itachi estaba tirado en el suelo, con un punzante dolor en la mejilla. Le ardía tanto que parecía un metal al rojo vivo sobre el rostro.

Itachi se recargó sobre los codos, apretando los dientes y fulminando con la mirada al mayor.

—¡Eres un bastardo! —gritó Fugaku, con un tono de reprimenda. El peli largo alzó la barbilla, altivo—. ¡No eres mi hijo!

Noche sin estrellas  [Itasaso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora