"Ocurrió cierto día de invierno, habían terminado de entrenar, Kageyama se había ido primero despidiéndose de todos como si nada. Fue Sugawara el primero en encontrar el diario de Kageyama Tobio y llorar mientras leía la última escritura del menor."...
Una vez más abrió sus ojos, cuando sólo deseaba morir entre sueños que traían esperanzas falsas. Sus ojos se llenaron de lágrimas y subió sus piernas a su pecho, abrazándolas. No demoró en llorar escondiendo su cabeza entre éstas.
— Kageya... —El menor se abrazó más fuerte ante la voz del adulto, Ukai se acercó con cuidado y se sentó en la camilla.
— Está bien, déjalo salir todo, hijo. —Susurró Ukai, Kageyama no se contuvo, sus ojos comenzaban a doler y su respiración se acortaba, Ukai no tardó en rodearlo con sus brazos.
Fue doloroso ver como Kageyama se aferraba a su ropa, como si tuviese miedo de que se fuera.
Kageyama Tobio, un armador prodigio, un chico al que no le importaba nada más que él, egocéntrico y solitario... No era más que, Kageyama Tobio, un chico tan roto que no podía hablar con nadie y se estaba ahogando en lágrimas y miedo.
— Estoy aquí, no me iré. —Susurró ante las palabras repetitivas de Kageyama.
"— No me deje, no me deje. No se vaya, se lo ruego."
Kageyama poco después se durmió en los brazos del adulto el cual se contuvo de llorar pero tenía sus ojos llenos de lágrimas.
¿Cómo alguien podía sufrir a tal punto de rogar que no lo dejaran sólo?
Vió el diario azul sobre la mesita del hospital, cuando fue por el Kageyama le hizo prometer que no lo leería y así cumplió, no rompería la confianza que le tenía.
Recostó el cuerpo de Kageyama y lo tapó con las sábanas, a regañadientes, eran muy finas para cubrir el frío cuerpo de su pequeño armador.
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Kageyama despertó cuando escuchó la puerta ser abierta, Hinata estaba entrando con unos hermosos girasoles. Este dió un salto del miedo al ver como el más alto se sentaba en la cama como en las películas de terror.
— Me asustaste... Yo... venía a dejar unas flores, estamos todos esperando que te recuperes. Lamentamos mucho haberte hecho pensar de más las cosas, solo queríamos pasar más tiempo contigo. —Se disculpó el mayor, dejando las flores en la mesita, en un hermoso jarrón de color negro. Kageyama siguió sus movimientos sin hablar, Hinata soltó una leve risa llena de nerviosismos ante la mirada penetrante del ojiazul.
— Sólo debían pedirlo. —Susurró después de un rato, se movió de la camilla y le dejó un espacio a Hinata, éste subiéndose y abrazando el torso del más alto.
— Lo siento... Me enteré que Takeda Sensei está luchando por tu custodia, el abogado nos pidió testimonio, lamento que...
— Está bien, Takeda Sensei siempre ha sido como un ángel salvador de las almas en pena, ¿no? —Soltó una pequeña risa, su vista llendo a los girasoles, escondió su rostro en el cabello anaranjado del menor.
— Kageyama... Me gus...
— Por favor no lo digas. —Susurró, Hinata solo se alejó para ver su rostro, el mayor desvió la suya a el girasol una vez más. — Siento lo mismo, pero no estoy listo para oírlo ni para decirlo...
"No quiero morir teniendo en mi mente tu voz diciendo que te gusto."
— Bien... Bueno, me iré antes de que el entrenador sepa que estoy aquí, te estaremos esperando, no te vamos a molestar pero esperamos que vuelvas sano para patearle el trasero a Nekoma. —Hinata se fue dejando Kageyama Tobio solo y con sus pensamientos negativos.
Miró por la ventana del hospital, podría elegir vivir, pero ningún detalle le hacía sentir feliz, Hinata y él se amaban, pero el amor no era más fuerte que la tristeza y el miedo que tomaban sus pies y lo arrastraban a la oscuridad. No se sentía merecedor de seguir con vida.
Hinata Shoyo era como un girasol, ¿no? De hecho, Hinata Shoyo era más brillante que el sol, dejó salir una risa suave, tomó uno de los girasoles con sumo cuidado y lo llevó a su rostro.
— No puedo permitir que un sol tan brillante se apague con mi oscuridad, prometo que brillarás en el alto cielo, abrazaras los miedos de todos como siempre lo has hecho, sólo tenemos quince años, pero ya amamos, ya podemos decir qué tanto duele algo y cuanto frío da que no haya un sol...
Dejó el girasol en el jarrón y se acomodó en la camilla.
— Te amo, Hinata Shoyo, sé el sol que da alegría a los girasoles que no pueden encontrarlo.
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"Cuando amas a alguien debes dejarlo ir, siento que esas serían las palabras de aliento para Hinata de los demás cuando acabe con mi vida, suena tan cliché y estúpido que subiría del mismo infierno para golpear a los imbéciles que se lo digan, así que éstas son mis palabras para Hinata.
No te aferres al pasado, me amas y te amo, pero es tu decisión si quieres dejarme ir, si quieres que esté contigo prometo que mi alma vagara a tu lado, cumple todos tus malditos sueños y metas, ve a Brasil y juega vóleibol playa tanto como puedas, no por los dos, que estúpido sería pedirte que cumplas mis sueños si yo mismo acabé con ellos al suicidarme.
El vóleibol o tú, si tuviera que elegir uno definitivamente te elegiría a ti, porque el vóleibol es momentáneo, los juegos oficiales no son siempre pero tú, creo que solo debo subir mi cabeza para verte en el cielo.
Hinata, enamórate, no tienes que dejar de amarme para amar a alguien más pero permite que otra persona ocupe un lugar en tu corazón, amalo y respetalo, o respetala, sal de viaje, vuela tan alto como puedas, jamás caerás porque todos estarán pendientes de que no caigas, estoy seguro de que a cada persona a la que has ayudado siente el afecto de protección hacia ti.
Y por último, jamás dejes de sonreír, porque si lo haces creo que jamás encontraré la paz, amo tanto esa sonrisa que me deja ver tus dientes y esa risa que remueve todo en mi interior.
Creo que realmente estoy enamorado de ti, pero no puedo cambiar de opinión, mi amor. No ahora. Visitame junto al abuelo, iremos a verte en todos tus partidos.