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Estoy aquí, sentada frente a mi escritorio, cuando lo veo pasar.

Él es Jacob Dankworth, mi jefe, y dueño de la naviera más importante del continente.

Una jodida delicia.

Hace unos meses una popular revista lo catalogó como uno de los solteros más codiciado del país, y desde entonces la popularidad de la naviera se disparó más del treinta por ciento; los inversionistas llueven y el dinero sigue aumentando.

¿Que cómo sé todo eso?

Fácil.

Primero trabajo en su empresa y, segundo, soy su fan número uno.

—Cierra la boca —se burla Tiffany, mi compañera y mejor amiga.

Me siento avergonzada de que ella lo haya notado.

Sí.

La cara de tonta que pongo cada vez que lo veo pasar.

Pero ¿qué puedo hacer?

Así soy.

Simplemente no puedo disimular mi cara cuando alguien me gusta.

—Pierdes tu tiempo, ese hombre es gay —continúa ella.

Me hierve la sangre, estoy harta de que mi amiga, al igual que esas estúpidas revistas de chismes, inventen rumores sobre él.

—¿Y tú qué sabes? —replico.

—¿Le has conocido novia?

—No. —Apagó la computadora—. Pero eso no quiere decir nada.

—Bueno, como sea... igual pierdes el tiempo, tienes más de tres años trabajando aquí, y jamás te ha mirado, ¿crees que te va a prestar atención, Rachel?

—No —suspiro, resignada—, pero, bueno, los ojos se hicieron para ver, ¿no?

—Eso sí —sonríe con picardía—, qué te parece si vamos hoy a la disco, ¿eh? Allá sí habrá mucho que ver.

Me froto los ojos, fingiendo que tengo sueño.

—Hoy no. Estoy muy cansada.

—Mmm. La excusa de siempre. ¿Así como piensas conseguirte un novio?

—¿Y quién dijo que yo quiero conseguir novio?

—No es que lo quieras, Rachel. Es que lo necesitas —repuso—. ¿O es que no piensas darle uso a Marianita?

—¿Marianita?

—Sí —asiente—, a tu vulva, coño, o como le quieras llamar.

Me sonrojo, odio cuando mi amiga empieza a hablar de esos temas conmigo; ella tiene mucha experiencia y yo, bueno...

—El uso se lo daré cuando llegue el indicado —le digo.

—¿Y quién es el indicado? —Se ríe—. ¿El señor Dankworth?

Me encojo de hombros, sintiéndome algo ridícula por no perder la esperanza.

—Quizá. Nunca se sabe —digo.

—Ay, Rachel, mejor vamos, en definitiva el cansancio te está afectando la cabeza.

Tiffany tiene razón, Jacob Dankworth, ni siquiera sabe de mi existencia, soy una empleada más de las más de mil quinientas que hay en la sede principal, y como si no fuera suficiente ni siquiera estoy cerca de su oficina, así que me toca conformarme con solo verlo salir y entrar de la empresa.

Cuando llego a mi hogar solo me espera Michi, mi gato, y único compañero en aquel pequeño departamento donde vivo. Me preparo la cena y enciendo el televisor, para mi mala suerte están pasando una serie bastante subidita de tono, no hay sexo explícito, pero hay movimientos, besos, y muchos gemidos.

Amo y EsclavaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora