𝐔𝐧𝐨 - 𝐂𝐨𝐥𝐞𝐠𝐢𝐨 𝐭𝐞́𝐜𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐦𝐚𝐠𝐢𝐚.

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Había pasado un tiempo desde que Hanae puso un pie en la escuela.

Casi echaba de menos la madera antigua del suelo rechinando al pisar y el olor a jazmín. Poner los pies en los tablones vencidos por el peso le daba la sensación de estar en un templo y no en una escuela.

Las misiones de reconocimiento eran agotadoras y largas, pero tan necesarias como extenuantes. A pesar de su peligrosidad, muchas maldiciones podían ser contenidas fácilmente, sin necesidad de exorcismos. Precisamente por eso necesitaban a alguien capaz de acercarse y clasificarlas sin correr demasiados riesgos.

Sin embargo, Hanae no estaba de acuerdo con las misiones que se le asignaban. Ella tenía mucho potencial y era consciente de ello, las tareas de clasificación eran un desperdicio de su talento.

Por suerte, estaba de vuelta en su querida escuela. Lo malo era que tenía al menos cinco llamadas perdidas de su más fuerte y pesado profesor, Gojou Satoru. Cuando ese granuja se acordaba de ella, debía ser por alguna de las suyas. ¿Estaría preparando una función? Con lo payaso que era, no podía descartar esa opción.

Hanae buscaba a su magnífico profesor, el mismo que había acordado ir a buscarla y que en efecto, la había dejado plantada. Descaradamente canturreó su nombre, no dudó en añadirle a la canción un toque de sadismo, afirmando que le arrancaría esos ojos tan hermosos y vacíos de cuajo si no le encontraba pronto.

La estaba llamando otra vez. ¿De verdad tenía el valor? Hanae descolgó la llamada con la lengua deseosa de coserle a preguntas.

¡Soy Goujou Satoru! Me han surgido algunos problemas y no he podido ir a recogerte, seguro que has podido apañártelas perfectamente.

Se escuchaban unos gritos femeninos de fondo. Unos que amenazaban la vida del hechicero más poderoso de todos.

Te espero en la escuela, Hanae-chan. ¡Hasta ahora, muah!

Gojou le mandó una lluvia de besos a través de la línea. Hanae sacó la lengua asqueada y colgó de inmediato. Sus ojos se posaron. Reparó en las figuras que entrenaban en la lejanía, buscando alguna que cumpliera con la imagen mental que tenía de Gojou.

Hanae cerró los ojos y suspiró. Ni rastro del hechicero por ninguna parte. Detestaba el talento natural que tenía Gojou, porque aparecía cuando le quería perder de vista y se esfumaba cuando necesitaba dar con él.

Avanzó distraída por el pasillo, sin prestarle atención a lo que tenía delante, la razón por la que se estampó contra la espalda de alguien.

Era un muchacho delgado de no muy alta estatura. Tenía el rostro parcialmente cubierto y llevaba puesto el uniforme de hechicería. Que estuviera allí no podía ser una coincidencia, de todos modos.

—¡Lo siento! —Rodeó al chico tras pedir disculpas. Iba a marcharse pero se detuvo y se giró para preguntárselo a él, que quizá podría saber del paradero del hechicero—. ¿Has visto a Gojou Satoru?

Okaka.

—¿Disculpa?

La puerta que tenían a la derecha se deslizó hasta alcanzar el tope, permitiendo que un enorme panda apareciera de la nada.

—¿Me estabas esperando? —Le dijo al chico, que respondió con un "shake"—, perdón, perdón. No lo sabía.

La cara de Hanae era un poema que se contaba por sí solo. ¿Cuánto tiempo había estado fuera? Porque le daba la impresión de que habían pasado milenios desde la última vez que estuvo allí.

Mint in the rain ➤ Toge InumakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora