𝐎𝐜𝐡𝐨 - 𝐓𝐮𝐬 𝐨𝐣𝐨𝐬

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Alto y claro. Lo había oído tan bien que las palabras de Hanae habían perforado sus oídos. Así, Inumaki se preguntaba por qué. Dejar la hechicería no era como abandonar un club de costura o de cocina en la escuela. Realmente, ¿cómo se dejaba la hechicería? Dejar de asistir al colegio técnico de magia no iba a arrebatarle sus poderes. Sus ojos seguirían viendo maldiciones. Sus oídos seguirían escuchando los berridos de esos seres nacidos de la desgracia.

Entendía que quisiera escapar. Ninguno de ellos había pedido nacer con un destino tan terrible.

Le daba por pensar en aquello que le contó. ¿Cuántas noches habría pasado llorando en su habitación? Noches enteras bajo una lluvia que solamente ella podía ver y sentir. No era de extrañar que deseara alejarse de la hechicería.

Pero lo mismo sucedía con él. Ojalá no haber nacido en una familia de hechicería. Ojalá poder hablar sin poner en peligro a los demás o a sí mismo.

Desear no servía de nada, mucho menos para un hechicero. Y huir tampoco. Así era el triste destino de un hechicero, lamentarse sólo haría que las cosas empeoraran.

No podía dejar que se fuera. Tampoco quería que Hanae dejara la escuela. Ya fuera porque en lo más profundo de sus pensamientos asomaba el temor a la pérdida, o porque se temía que la decisión de Hanae era, con diferencia, la peor elección posible. No importaba cuál de sus razones tuviera más peso mientras la respuesta a ambas fuera la misma.

Sin embargo, Toge no era inconsciente de lo que sentía. No iba a hacer a un lado esos pensamientos. «No puedo dejar que se vaya» o uno de los más insistentes «No quiero separarme de ella». Jamás había querido algo con tantísima fuerza. En realidad, nunca había querido nada en general. La hechicería era su destino y su final, cualquier otra cosa no tenía cabida en su mente. Salvo su gran amigo, claro.

No podía ignorar sus deseos internos. Eran casi tan peligrosos como el terror de un hechicero. Lo peor de todo era que no podía lidiar con ellos, no sin antes asegurarse de que Hanae cambiara de opinión. «Sólo entonces... sí. Cuando todo se calme, tendré tiempo de analizar lo que está pasando» se dijo, quitándose las sábanas de encima.

Hacía unas horas que Hanae había estado allí. Poco después, el hechicero número uno abandonó la habitación de Toge deseándole una pronta recuperación. No había nada que pudiera hacer por él y por el contrario tenía muchos asuntos que atender, así que no era de extrañar que se hubiera marchado de inmediato.

Era lo mejor. No en vano había estado esperando a que anocheciera. Lo había decidido así por una sencilla razón: de ese modo nadie echaría en falta su presencia. Ni sus compañeros visitantes, ni los profesores.

Había otra razón; ella estaría en su habitación. Ya conocía su mala afición de escapar de su cuarto para perderse en el jardín o recorrerse la cuidad entera. Así que con sigilo abandonó el suyo y se escabulló por los corredores del edificio, a oscuras y con la garganta seca, adolorida.

Llegó y pegó la oreja a la madera de la puerta. Silencio y más silencio. Confiaba en que, si dormía, sería capaz de escuchar su respiración pausada. ¿Pero en qué estaba pensando? No tenía los sentidos tan agudos. Con suerte podría escucharla poner los pies en el suelo a través de la puerta.

Tocó dos veces. Esperó medio segundo e introdujo una nota por debajo de la puerta. En la nota había escrito un "Perdona por despertarte. Necesito hablar contigo".

Toge esperó pacientemente durante diez minutos. Y después cinco más hasta que se decidió a llamar de nuevo.

Tocó un par de veces más y no recibió respuesta. ¿Estaba tan dormida que no se enteraba? De ser así, imposible iba a ser que leyera su nota.

Mint in the rain ➤ Toge InumakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora