Seguirle el paso no era sencillo. Tan pronto como franqueó los muros de la escuela, aceleró el ritmo sin acordarse—quizá—de que aquella misión era conjunta y que Hanae iba detrás.
Otra posibilidad era que confiaba en que la muchacha seria capaz de escoltarle sin perderle de vista.
Fuera como fuera, a ese paso llegaría pronto al cementerio. Pisándole los talones a Inumaki, sin aliento y maldiciendo su pobre condición física en comparación a la del hechicero de grado uno, pero llegaría.
Al principio se detuvieron algunas veces para asegurarse de que seguían el camino correcto. Sin embargo, cuanto más cerca estaban del cementerio, menos falta les hacía comprobarlo. El ambiente era diferente, más pesado y perturbador. La sensación era similar a la de caminar por la calle con niebla espesa y húmeda. Y esa sensación se correspondía con la presencia de una maldición.
Llegaron al cementerio. Hectáreas de terreno repleto de lápidas de piedra y lechos. El cielo que parecía azul y amplio se había nublado por completo, daba la impresión de que iba a llover.
Era, sin duda, un lugar triste. Donde el dolor y la culpa, el resentimiento y el arrepentimiento daban origen a las maldiciones.
No era necesario verlos con los ojos, ambos sentían la presencia de los espíritus malditos amontonados entre las lápidas. Muchos de ellos eran maldiciones de bajo nivel, inofensivas. Pero otros eran... devastadores. La presión que sentía Hanae en el pecho era prueba de ello.
Que estuviera acostumbrada a tratar con maldiciones de ese tipo no la volvía invulnerable. Miedo, preocupación, incertidumbre, pesar... nadie podía ser inmune a esas cosas.
Inumaki se detuvo a unos metros de una lápida que estaba ennegrecida por la gran cantidad de energía maldita.
—¡Inumaki! —Le llamó ella, escondida tras una tumba.
Con los brazos haciendo una equis llamó su atención. El informe del profesor Gojou debía ser erróneo, porque la presencia que sentían ambos no era de un simple espíritu de categoría dos. Debía haber más como ese.
No podían tomárselo a la ligera.
De pronto, se escucharon unos gritos agudos, unos que debían ser humanos. ¿No se suponía que el cementerio había cerrado sus puertas?
Cambio de planes. Hanae se acercó a él, usando diferentes lápidas para ocultarse. Estaban demasiado cerca de la lápida negra. "¿No puedes usar tu habilidad si estoy cerca, verdad?" Hanae movió las manos con rapidez y temía no haber sido clara con las señales, pero Inumaki confirmó que no podía, o al menos, que prefería no hacerlo.
La amenaza que representaba estar allí parados empezaba a causar estragos en Hanae. Por fin llegó hasta él y tomó aire.
—Perdóname si hablo pero me tiemblan. —La presencia tan maligna no dejaba que Hanae pudiera utilizar sus manos para comunicarse apropiadamente—. Tengo una idea, si te parece bien. Creo que podría funcionar.
—Shake ikura, mentaiko.
¿Por qué estaba tan preocupada? Los informes de profesor Gojou, aunque estuvieran errados, no habían subestimado la categoría de los espíritus. Era lo único acertado de la información que les habían dado.
Gojou Satoru reclutado alumnos de todo tipo. Serios, como Megumi Fushiguro o Maki Zen'in. O temerarios, como Itadori Yuuji o Tsukino Hanae.
—Eres más rápido que yo, Inumaki-kun. Rescatar a la persona que ha gritado debería ser nuestra prioridad, pero esos espíritus no dejan de moverse. —El muchacho asentía con la cabeza. El origen de la negatividad se desplazaba por distintas áreas del cementerio, posiblemente buscando incansablemente alimento—. Creo que lo más sensato es dividirnos, podrías localizar al civil mucho más pronto de lo que yo lo haría. Mientras, puedo encargarme de los espíritus malditos.
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Mint in the rain ➤ Toge Inumaki
FanfictionInumaki Toge y Tsukino Hanae son dos jóvenes hechiceros con un estigma en común: sus poderes suponen un peligro para todo aquel que le rodea. Su profesor, Satoru Gojou les asigna una misión conjunta que puede acabar de forma explosiva. Estos aprendi...