Capítulo 3: Es Mejor romper un corazón que arruinar toda una vida

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Los miedos sobre su matrimonio que había tenido Valentina durante los últimos días se acrecentaron como nunca, ya no servía de nada su trabajo de autoconvencimiento de que aquel paso sería el correcto para todos. Su corazón latía con fuerza y sentía que su garganta se secaba haciendo su respiración irregular. Era incapaz de escuchar las palabras que decía el sacerdote frente a ellos, simplemente su mente se había desconectado, se había perdido en algún punto mientras su mirada se fundía con la marrón de aquella desconocida minutos atrás. Fue como una especie de hechizo que la despertó a la realidad.

- ¡No puedo hacerlo! – se escuchó la voz de Valentina en un grito desgarrador, pero liberador para la joven. Era eso o su pecho explotaría. Las atentas miradas de los presentes se posaron sobre ella, el más estupefacto sin duda alguna era Héctor.

- ¿Estás bien mi amor? ¿Qué pasa? – preguntó preocupado tomando sus manos, frías y temblorosas al tacto. Miró sus ojos en busca de respuestas y ciertamente nada en ellos era normal, el brillo inicial se había esfumado y poco quedaba de alegría en su rostro. Mas bien reinaba la confusión e incertidumbre mientras Valentina intentaba buscar las palabras correctas antes de hablar.

- No puedo hacer esto Héctor, lo siento – fue lo único que pudo articular y llevo una mano a su pecho – No puedo hacerlo, perdóname... - la ojiazul recogió la cola de su vestido con ambas manos y empezó a correr hacia la salida de la iglesia dejando a todos los presentes en estado de estupefacción, menos a su padre. De cierto modo él había presentido sus dudas y creía que era mejor concluir aquel "circo" antes de que fuera muy tarde. Héctor era un buen partido, sin duda alguna, pero su hija nunca estaría completa a su lado y él estaba más que seguro de eso. En esa relación faltaba chispa, pasión, aventura, simplemente eran dos amigos confundidos que pensaban que casarse y pasar el resto de la vida juntos sería su salvación.

La novia fugitiva, si se podía llamar así, corrió sin levantar su mirada pues lo que menos deseaba era enfrentar caras conocidas en medio de su huida. Solo necesitaba alejarse, pensar, entender que fue todo aquello que ocurrió en fracciones de segundos. Se detuvo unos instantes para recuperar el aliento mientras sollozaba e intentaba limpiar las lágrimas que impedían su visión. Para su suerte, o su desgracia, se volvió a topar con la morena de los ojos marrones que alistaba algunos enseres para partir al lugar de la recepción.

- ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? – se escuchó la voz de Juliana mientras se acercaba despacio hasta ella con rostro preocupado. Su tono fue suave y, hasta cierto punto, dulce dadas las circunstancias en las que imaginó se encontraba la otra joven.

- Estar sola, eso necesito – respondió secamente con el ceño fruncido.

- ¡Ya Perdón! Es que como estabas a punto de casarte allí dentro y ahora estás aquí afuera llorando, pensé que podrías necesitar ayuda. Pero tienes razón... – levantó sus manos en señal de rendición y se dio la media vuelta antes de escuchar por primera vez la voz de la castaña.

- ¿Me podrías sacar de aquí, por favor? – suplicó la castaña con ojos llorosos ante una sorprendida pelinegra que rápidamente la condujo hasta el coche. En cuanto sus manos se unieron una nueva corriente les recorrió el cuerpo, la misma que experimentaron dentro de la iglesia cuando sus miradas se encontraron. Sus ojos volvieron a conectar y a Juliana le pareció que Valentina era la mujer más hermosa que jamás había visto en su vida, el mar en sus ojos era el lugar perfecto donde perderse para siempre.

La desesperación en la castaña era evidente y lejos de pararse a pensar en que aquello era una locura, la pelinegra decidió sacarla de allí. Después de todo al parecer era lo que necesitaba, al menos en ese momento. Una vez en el coche emprendieron camino, sin tener un destino fijo ni lugar a donde ir con exactitud. Solo alejarse de allí.

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