8: Relleno... Literalmente.

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Pasaron muchos días desde que Alejandro decidió alejarse de Franco por el pequeño incidente de su hermano en la cafetería. Ya no quería salir por miedo a hacer un desastre y que se vuelvan a repetir esas miradas penetrantes. Jamás se había sentido tan violado por las miradas, cómo si lo estuvieran analizando por ser un bicho raro. De lo único que se sentía culpable, y muy mal por ello, era le hecho de haber arrastrado al hermano de Franco a esas miradas.

—Me odio... —Susurró en su puesto de trabajo, tenía su cabello recogido en una cola y usaba una gorra que ocultaba su mirada. No quería que lo vieran triste.

Alejandro hacía su trabajo con calma, no quería estropear su única fuente de dinero.

Dejó de lado sus pensamientos y alzó la mirada hacia adelante.

Su mandíbula se tensó y se empezó a sentir extraño otra vez, hacía unos díez metros estaban Franco y su hermano, se encontraban de espaldas revisando algunas latas.

«No deben verme», pensó para empezar a buscar un escondite. No tardó mucho en encontrar uno, se escondió y se sentó en el suelo a esperar a que se fueran de allí y que no llegaran a la caja.

Pasaron cinco, díez, quizás veinte minutos y Alejandro aún seguía oculto.

Asomó la cabeza para ver si aún seguían ahí.

—Disculpe señorita, por casualidad ¿aquí trabaja Alejandro? —El nombrado vió a Franco hablar con su compañera de trabajo, ellos estaban de espaldas pero ella no.

—Eh... —Abrió la boca, pero Alejandro le hizo muchas señas para que no dijera nada y volvió a su escondite—. No. Hoy no se presentó a su puesto, y por favor caballeros, tengo muchas cosas que hacer, feliz día.

Alejandro agradeció mentalmente a su compañera por no delatarlo, pero aún así parecía que ese par iba a llegar. Asomó la cabeza y al fin se habían ido.

(...)

Pateaba una piedrita del camino, hace más de treinta minutos llevaba caminando en compañía de su hermanastro, o más bien hermano.

Su mente aún seguía en las nubes desde que había visto al amigo de su hermano. No sabía porque, pero algo le decía que debían hablar y ser amigos... O algo más.

—¿Estás seguro de que trabaja allí? —Inquirió algo cabreado.

—Sí Frank, ya me has hecho esa pregunta miles de veces —Bufó—. ¿Sí me vas a contar el porque coño quieres hablar con él?, ¿Acaso no te acuerdas que él es muy sensible, deprimente y aislado?

—Sí Franco, pero quiero ser su amigo. —Soltó con seriedad.

—Oh vale, ahora, ¿Desde cuando quieres hacer amigos? —Se detuvo y Frank se dió cuenta de eso.

—A ti que te importa. —Dijo entre dientes.

—¡Llevas varios días enfadado conmigo!, ¡¿Qué te hice, ah?! —Reclamó.

—¡Pues nada, solo quiero que me lleves a su puta casa para poder hablar con él! —Soltó y después lo tomó del brazo—. Él es un chico que necesita más amigos y que necesita ayuda porque tú ayuda no sirve de nada.

—Frank... Sueltame el brazo. —Ordenó—. ¿Acaso sientes algo por él? —Inquirió intentando soltarse.

—Deja de decir estupideces, desde que tú me contaste acerca de Alejandro y su depresión, quiero ayudarlo porque me bastó perder a una amiga por culpa de eso, no quiero que se muera... Puede ser que no me conozca y que tal vez me tenga miedo y...

—Calla Frank. —Se soltó de su agarre—. Vale, te ayudaré con Alejandro, pero primero tienes que ir rompiendo el iceberg, porque hielo no es.

Frank se quedó pensativo, a veces tenía miedo de confiar en su hermano, pero debía hacer una excepción.

—Esta bien... Pero intenta hacerlo rápido —Suplicó y después le acarició una mejilla.

—Gilipollas... Lo haré, solo que será difícil porque Alejandro debe de sentirse muy mal.

Frank suspiró y siguió caminando con su hermano hasta llegar a su casa, en verdad quería ayudar al chico de la mirada triste.

(...)

Tocarse en silencio y sentirse asqueroso era lo único que sentía Alejandro. No sabía el porque lo hacía, solo lo estaba haciendo lento.

Teniendo su mano debajo de su bóxer, pensaba si hacerlo o no. Apenas y había comenzado a tocarse y a acariciarse con lentitud.

Tal vez lo estaba haciendo cómo para sentirse bien, de todos modos era un hombre y tenía ciertas necesidades, cómo todos.

Se imaginó estar con un hombre, uno bueno, detallista y lindo. Que no sintiera asco de estar con él. Se tapó la boca con una mano mientras que con la otra seguía tocándose, pero de pronto empezó a llorar. Sin razón alguna, solo lo hizo.

No podía ni tocarse él mismo por asco, se sentía muy horrible, le daba miedo no poder ser cómo alguno de esos chicos delgados sexys, con caderas anchas, piel suave o tierno. O ser de cuerpo marcado, brazos fuertes, piernas lindas, barba sexy o voz seductora.

Parecía ser que el mundo evolucionó una vez más los estereotipos de cuerpo masculino, al igual que el femenino.

Se sentía invisible, cómo si viviera en las sombras, en el olvido, en la ignorancia, en nada.

Abrazó una almohada y después de un rato se puso su pantalón.

Le costaba mucho aceptarse o ser optimista porque cada vez que tenía animos de hacer o pensar algo bueno, siempre salía algo mal y se desanimaba de cualquier cosa. Volviendo a caer en el hoyo del cuál no podía salir.

Nadie lo entendía, pero en pocas palabras, y en español, se sentía como una tumba profanada cada vez que alguien lo miraba de pies a cabeza.

Mrs. Potato Head [Staxxby]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora