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—No mames, Tato. Dijiste que la casa de tu tío quedaba a media hora —comentó Emmanuel desde uno de los asientos traseros.

—Es que todavía no se me graba el camino —contestó el conductor ante la mirada furiosa de sus amigos y su novia.

—Noemí, pásame la bolsa con hielos, ya es mi turno —dijo Belén, la novia de Tato, que viajaba en el asiento del copiloto.

—Uy, ya casi se derritieron todos —informó Noemí, quien abrazaba la bolsa de hielo para lidiar con la temperatura de treinta y cuatro grados en el interior del vehículo.

—Tendremos que comprar más hielo, Tato —dijo Chuy.

—Y más refresco, no chinguen, ¿a quién se le ocurrió comprar refresco de toronja? ¡Saben que odio el refresco de toronja! —bramó Emmanuel y pateó con su rodilla el asiento de Tato.

—Perdón, fui yo quien lo compré —musitó Noemí, que iba sentada a lado de Emmanuel, cuyo rostro se tornó rojo por la vergüenza.

—Descuida, igual puedo tomar refresco de toronja esta vez —se disculpó el joven, llevando su tono de voz de un extremo a otro.

Llevaban más de una hora conduciendo entre áridos paisajes rurales no muy lejos de los límites con Jalisco. Había algunos estanques, pequeñas arboladas y amplios pastizales secos.

Se detuvieron en una tienda de abarrotes.

Tato y Belén hicieron las compras mientras Chuy, Noemí y Emmanuel estiraban las piernas afuera.

—Neta, se pasan. Le pedí la casa a mi tío con todo corazón para que tú y tus amigos pudieran pasársela bien y nomás se quejan. Se siente bien feo —se quejó Tato.

—Es que amor, no nos dijiste que quedaba tan lejos —repuso su novia mientras se decidía entre una bolsa de papitas sabor salsa inglesa y una sabor crema y especias.

—Sé que no es un resort, pero ustedes estuvieron insiste e insiste en que le pidiera la casa a mi tío —agregó—. Y por cierto, no lleves esas papitas, tiene mucha grasa y sodio —comentó Tato, quien era incapaz de dejar a un lado su obsesión por inspeccionar la información nutricional de cada alimento. Aunque a veces a Belén le fastidiaba esta actitud también estaba conforme con tener un novio saludable y en muy buena forma.

Se acercaron a pagar los productos a la caja, donde una señora mayor con un sombrero de paja platicaba con la dueña del negocio.

—¡Primero Genaro y ahora doña Remedios! ¡Dios nos guarde! ¿Quién la encontró?—preguntó la anciana en la caja registradora.

—Unos vecinos, por suerte está estable en el hospital —contestó la clienta.

Tato y Belén esperaron con desdén a que terminaran de hablar para que la dueña pudiera cobrarles los productos. No obstante, la señora del sombrero se detuvo para conversar con ellos, sin darles tiempo para oponerse.

Chuy, Noemí y Emmanuel se alegraron al ver que sus amigos habían encontrado todo lo necesario en esa pobre tienda, incluyendo el repelente para mosquitos.

Cuando los cinco estuvieron en el auto, Tato y Belén compartieron lo que la mujer en la tienda les había contado: días atrás, una anciana que vivía cerca de la finca del tío de Tato había sido atacada por un animal desconocido que le dejó severas mordidas en los brazos y moretones en la cara. A este hecho se sumaba un incidente el mes pasado cuando el dueño de un rancho cercano murió al caer por una barranca mientras cazaba, también había sido encontrado muerto uno de sus perros con el pescuezo desgarrado.

DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora