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Tato no mentía, la casa del difunto narcotraficante quedaba a pocos minutos caminando hacia el oeste. Se trataba de la enorme finca que habían visto antes de llegar. Subieron a una loma para poderla apreciar con mayor claridad. Tenía tres plantas, era blanca, con amplios jardines marchitos, una alberca vacía y una pared derrumbada.

—Ese muro lo derribó con un bazucazo uno de sus hombres cuando se enfrentaron a la Marina —dijo Chuy.

—¿Los marinos lo abatieron? —preguntó Belén.

—No. Se suicidó, o eso dicen. La Marina lo tenía rodeado y todos sus hombres habían sido reducidos. Se encerró en una habitación y dijo "de aquí no me van a sacar vivo" —pronunció, imitando una voz gruesa—. Se oyó un disparo y cuando los marinos derribaron la puerta, el Pichaca se había volado los sesos.

—Sí, sí, pero cuéntanos la leyenda —insistió Emmanuel.

—Emmanuel, no seas feo —pidió Noemí y lo jaló por el brazo, éste se sonrojó.

—Perdón.

Chuy hizo una pausa, y se paró de puntillas tratando de identificar algo en las ruinas de la mansión. Sus amigos trataron de adivinar qué buscaba.

—Chequen ese extremo de la casa a la izquierda, ¿si ven ese pasadizo?

Señaló hacia un discreto corredor al fondo de los jardines, entre la casa y los muros.

—Se supone que lleva a otro patio que no se alcanza a ver desde aquí.

El interés era tanto que todos permanecían en silencio.

—¿Qué había en ese patio?

—Un zoológico privado —contestó.

Entre ceños fruncidos y miradas de incredulidad, la respuesta fue recibida con escepticismo.

—¿Cómo podía caber un zoológico en un patio?—intrigó Belén.

—No esperes una réplica del zoológico de Guadalajara. Eran unas cuantas jaulas y fosas.

—¿Fosas? ¿Pues qué clase de animales tenía? —preguntó Noemí.

—Se dice que el Pichaca usó sus influencias y su dinero para armar una colección. Tenía una pareja de leones, un tigre y, si no mal recuerdo, también un cocodrilo.

Emmanuel contuvo la risa y cruzó los brazos.

—¿Y eso es lo interesante?

—Ya cállate, Emma —gruñó Belén.

Su improvisado narrador continuó con el relato.

—Pero el Pichaca quería algo más exótico. Pidió un chimpancé salvaje, traído de las selvas del Congo. Y antes de que lo digan, sí, ya sé que un chango no impone tanto como un tigre, pero yo preferiría que me mate un felino a un simio. Como sea, el Pichaca obtuvo algo para lo que no estaba preparado.

Chuy hizo una pausa súbita con la que pretendía generar suspenso, pero lo único que provocó fue que sus amigos se molestaran y lo apresuraran para continuar con el relato.

—Le mandaron al Diablo.

—¿El Diablo? —preguntó Tato, rascándose la barba.

—Era el nombre que tenía el chimpancé. Y no era de a gratis. El animal era agresivo, inteligente y guardaba un odio profundo hacia cualquier ser humano. Según se cuenta, era tan violento que hasta el mismo Pichaca le temía y en más de una ocasión pensó que lo mejor era matarlo, pero le fascinaba tener enjaulado a semejante monstruo.

DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora