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La joven se sintió mejor cuando se levantó y vio el sol naciente. Debían ser las siete de la mañana. Salió de la cama y dejó a su novio durmiendo. En su camino al baño descubrió que Emmanuel y Noemí ya estaban despiertos. Tras usar el baño, mientras se lavaba las manos, Tato le dio los buenos días desde el otro lado de la puerta.

—Voy a limpiar la parrilla, espero que no se hayan subido las cucarachas —comentó.

Al salir del cuarto de baño, Emmanuel se apresuró a entrar.

Bajó las escaleras y llegó a la planta baja. Escuchó sonidos afuera de la casa, en el área de la asador, supuso que se trataba de su novio limpiando la parrilla.

Se sentó en el sofá de la estancia, donde Noemí desayunaba, y abrió un paquete de galletas que compartió con su amiga.

—¿Te espantaste anoche? —le preguntó.

—Sí, no manches. Yo pensé que un loco quería derribar el portón.

—A mí también me dio un poco de miedo —confirmó—. Pero, ¿sabes? Me la pasé bien, hace mucho que no salía de la ciudad —Esbozó una sonrisa.

Las chicas percibieron el ruido metálico de la parrilla siendo golpeada.

—Parece que Tato le está batallando con la carne que se quedó pegada —opinó Belén.

—¿Dijeron mi nombre? —preguntó el susodicho al bajar de las escaleras, cosa que confundió a ambas.

—¡Achis! Pensé que tú estabas limpiando el asador, amor —dijo la joven.

—Ehh... No. Chuy es el que lo está limpiando —contestó.

—¿Me hablaban? —preguntó el mencionado chico bajando detrás de Tato.

El escándalo de la parrilla siendo manipulada no dejaba de oírse.

Los presentes intercambiaron miradas de desconcierto.

—¿Emmanuel? —llamó Noemí.

—¡Espérenme, estoy en el baño! —gritó desde la planta alta.

Los cuatro jóvenes se quedaron petrificados. ¿Quién o qué estaba ocasionando todo ese ruido?

Guardaron completo silencio. Con sigilo, Tato tomó un pesado adorno metálico que había en la mesa de centro de la estancia y lo empuñó. Indicó a sus amigos que no hicieran ruido. Belén lo jaló por el brazo para que no saliera, pero el protestó

Chuy y Tato se dirigieron al exterior, seguidos por Belén, muerta de miedo, y Noemí.

Una vez que los cuatro salieron al patio, pudieron reconocer al intruso.

Tato dio un paso hacia atrás, estremecido.

Chuy y Noemí se paralizaron.

Belén tuvo que llevarse las manos a la boca ante su asombro.

Bajo la pérgola de la cocina, sentado en el suelo y dándoles la espalda, se encontraba un extraño hombre deforme. Estaba desnudo. Era más pequeño que un adulto, pero más grande que un niño, tenía una musculatura demasiado pronunciada, brazos largos y piernas cortas que denotaban una fuerza temible. Carecía por completo de pelo y en algunas zonas de su cuerpo se apreciaban costras grisáceas y ásperas escamas con bordes enrojecidos. Con sus sucias manos manipulaba la parrilla para arrancar los trozos de carne que quedaron pegados.

Pero entonces, Belén cayó en cuenta que aquel no era un ser humano. Aun estando de espaldas, pudo notar que el cráneo era corto y, la mandíbula, prominente. Era un chimpancé.

DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora