Lo primero en irse fue la gorra de baseball, esa molesta gorra que no hacía nada más que lastimar sus orejas. Él se sentó tranquilamente sobre el respaldo del asiento, observando desde aquella altura el cuerpo de la pequeña niña. La sangre comenzaba a manchar el suelo cerca de donde la había golpeado. Esa cría había sido más ingenua y fácil de engañar de lo que había pensando. Los occidentales eran tan ineptos cuando se trataba de lidiar con criaturas orientales, por eso nunca duraban mucho en ese territorio. Casi le aburría que todo hubiera resultado tan sencillo.
—Piedad —suplicó el yurei.
—¡Calla!
Masajeó con irritación su sien, todo era tan molesto en esas tierras. Solían gustarle los humanos, ahora no los consideraba más que parásitos acabando con todo a su paso. No quería regresar a las tierras orientales, porque su manada lo buscaría y no quería volver a formar parte de un grupo. No soportaba ser el único que había quedado de su sangre. ¿Entonces a dónde ir? ¿Qué hacer con la cría en el suelo? Tenía la navaja de ella en una mano, matarla con su propia arma sería una cruel ironía. O podría cortar su cabello primero, y colgarlo en la puerta de su casa, quizás entonces su padre sentiría nauseas del exhibicionismo.
—Es solo una cachorra, apenas pasa la década de edad —continuó el hombre.
—¡He dicho que te callaras! —gritó—. No sabes cómo suenas los gritos de un cachorro al ser asesinado, tampoco los chillidos de una madre al tener que presenciarlo sabiendo que es la siguiente.
—Ella es inocente.
—No me tientes a acabar primero contigo cuando lo estoy considerando.
¿Qué hacer con ella? Le hubiera gustado que los Reed estuvieran allí para presenciarlo, pero entonces hubiera sido imposible acercarse a su preciosa niña. Había esperado pacientemente por esa oportunidad, todos los años que habían sido necesarios, aguardando por el momento en que dejaran a esa cría sola para poder ponerle las garras encima. Todo de ella lo disgustaba, desde su entusiasmo por la cacería hasta su cabello tan rojo como toda la sangre que sus padres habían derramado. Ella no se merecía ser feliz ni vivir sintiéndose a salvo luego de todos los crímenes que su familia había cometido.
Los humanos eran repugnantes en sí, apestando con sus aromas falsos que su sensible nariz apenas podía tolerar o su tóxico modo de vida. Estaban matando el planeta, tan ególatras como para no notarlo, y queriendo llevarse todo con ellos. De seguro que el yurei que ahora mismo temblaba de miedo había sido uno cuando había estado vivo. Los odiaba, eran como una peste contaminando todo a su paso. Se sentía enfermo de solo estar en una de sus ciudades con su aire tan dañino y sus estridentes ruidos.
—Suelen llamar a tu tipo los mensajeros divinos. ¿Entonces por qué has elegido permanecer en el salvajismo? —insistió el yurei.
—Prefiero mil veces que me llamen yokai y conservar mis garras, que tomar ese trabajo y renunciar a estas.
—¿Y eso incluye matar a una niña que ni siquiera sabe defenderse?
—¿Consideraste eso al momento de decirles a los Reed dónde encontrar una madriguera de kitsunes?
El hombre calló de nuevo. Se quitó sus guantes, mirando sus afiladas garras ahora que no debía molestarse en ocultarlas y guardar un aspecto humano. Podría rajar su garganta fácilmente. Espíritu o criatura, solo muy pocos seres eran inmunes a sus garras o dientes. No por nada su tipo era escogido por Dioses como sus mensajeros personales, pero él no cometería el error de sus padres al permitirse ser domesticado solo por ese título. A fin de cuentas, de nada les había servido ser bondadosos.
—Es demasiado joven para morir —susurró el yurei.
—No lo es en comparación a quienes sus padres han matado.
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Nine Little Locks (Oscar a la mejor historia)
FantasyScarlett Reed prometió ser una niña buena y obediente, cumplir con todas las indicaciones de sus padres durante su ausencia. Los señores Reed se encuentran fuera de la ciudad por trabajo, lo que para Scarlett significa que volverán con una emocionan...