CAPÍTULO 7

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Eneas saltó a la carrera por encima de un retrete, esquivó como pudo unas escaleras de mano de pintor y logró salir por el lateral del edificio. Ahora la lluvia caía con fuerza. El recorrido a la inversa del túnel había resultado ser igual pero distinto. Distinto porque, aunque el trayecto era el mismo, la cantidad y variedad de obstáculos no lo era. Tampoco se paró a pensar en ello, en sus oídos solo sentía los enloquecidos latidos del corazón que se quejaba de todo aquel inédito esfuerzo. La saliva le caía por la comisura de los labios de una boca que se abría y cerraba buscando aire con urgencia y, lo que fuera que los persiguiera, estaba cada vez más cerca.

Miró con rapidez hacia atrás, sin ver nada. Creía que era algún tipo de animal, pero salvo el ruido de los objetos que desplazaba o golpeaba en su camino aún no alcanzaba a distinguirlo. Vio delante un montón de cajas de madera con garrafas de cristal grueso y verde con asas de mimbre y trepó por ellas con la inercia de la carrera, ayudándose con una mano. La otra sostenía la cabecita del bebé que viajaba inconsciente sujeto a su pecho. Ni un quejido desde que salieron de la cueva.

"Por Dios, que no esté muerto", repetía en su mente una y otra vez, como un mantra.

Aterrizó del otro lado del muro, ya en el callejón, y una pierna le falló y la rodilla golpeó el suelo con fuerza, con demasiada fuerza. El dolor del impacto le hizo apretar los dientes y, mientras reunía fuerza y aliento para levantarse y seguir huyendo, algo saltó por encima de él.

Al principio no lo distinguía con claridad, una masa más oscura contra un fondo ya de por sí negro, que al intentar enfocarla parecía moverse hasta los bordes de la visión intentando desaparecer. Intentó no parpadear para no perder aquella cosa de vista mientras se ponía en pie. Con la mano libre buscó la espada romana que se había colgado del cinturón durante la carrera. El filo había hecho estragos en sus pantalones y del muslo le chorreaba sangre por los cortes superficiales, pero no había querido abandonarla por si tenía que defenderse y ahora se alegraba de ello. Aquello se movió hacia el centro del callejón y, por un segundo, se interpuso ante la tenue luz de la lejana farola, dibujando una enorme silueta... con seis patas.

El estallido de pánico fue tan puro e irracional que consumió de golpe sus dudas y miedos. Sus sentidos se afilaron de repente y el callejón ya no era tan oscuro como antes. Observó a su alrededor y percibió más actividad junto a la pared de su derecha. Eran dos... no, tres; el aire se ondulaba en la pared izquierda a una altura de tres metros, cerca del alféizar de una ventana.

Respiró hondo y apretó el mango de la espada con más fuerza para que no le resbalara en la mano sudada. Más tarde habría tiempo para digerir toda aquella situación irreal, ahora no entraba en discusión nada que no fuera salir de allí con el pequeño con vida.

Sin aviso, sin un susurro, sin ni siquiera coger aliento, se levantó y corrió hacia adelante en un único movimiento, decidido a llegar hasta la puerta de su refugio carente de ventanas, esperando que la puerta fuera lo bastante resistente como para mantener a esas cosas fuera. Tenía claro que correr hacia la salida dándoles la espalda, era una muerte segura. El refugio era la única y más cercana opción, eso suponiendo que pudiera pasar entre ellas.

Fue directo hacia la que le obstaculizaba el paso en el centro del callejón y le pareció que eso hizo dudar a la criatura, que retrocedió unos pasos.

"Carroñeros", dedujo. "No están acostumbrados a que los enfrenten".

Su mente iba a toda velocidad, como si el pánico al enfrentarse a algo imposible, hubiera eliminado toda la maleza y el polvo acumulado durante años de sobrevivir en las calles con el piloto automático puesto.

Bajó la mano armada hasta la cintura y, cuando ya estaba casi encima de la criatura, se agachó y giró sobre sí mismo como una peonza humana y lanzó un tajo ascendente usando la inercia y toda la fuerza que pudo reunir. Ni siquiera pensó en lo que hacía y por qué, pero un arco de sangre oscura brotó por debajo de la mandíbula de aquella cosa que saltó a un lado, cayendo sobre su compañera en un amasijo de mordiscos y gruñidos.

MORIR OTRA VEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora