Nota: Borrador horrible, incompleto y lleno de errores en la narración, pero se me acababa el tiempo para el evento. Lo corregiré sobre la marcha.
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─Entonces, ¿qué se necesita para crear una guerra? —pregunta Rogers al cruzar la entrada del auditorio esa mañana.
Al menos una docena de alumnos se remueven incómodos en sus lugares y otros más vuelven la vista hacia sus compañeros.
La primera reacción es pensar que Rogers trata el tema con alguien, pero ninguna persona camina junto a él. Su figura estoica y solitaria resalta frente a la marea de estudiantes que llena la sala. Avanza erguido, con el mentón arriba. Cuando dirige su mirada hacia ellos, saben que espera una respuesta.
─¿Un conflicto?
─¿Qué más? ─anima.
─Una diferencia.
Las posibilidades comienzan a aparecer una tras otra mientras profesor toma lugar frente a la clase.
La electiva es una de esas singularidades del último grado. Implica en gran medida cruzar esa barrera entre futuros médicos, economistas, sociólogos..., volverlos humanos. La impartida por Rogers no puede considerarse una excepción. Cada cosa para aprender en ella suele dirigirse a ese objetivo, incluso si en ocasiones da la impresión de que nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que se aprende. Como intentar asestar un golpe en medio de la oscuridad.
─Competencia ─intenta alguien.
─¿Ideas radicales?
Rogers levanta su mano y se poco a poco se detiene el coro de respuestas.
─¿Supones que todas las guerras son por ideas radicales? ─pregunta.
El silencio se instala en el auditorio. Por unos segundos, es todo lo que hay. Las miradas se dirigen hacia el alumno. Se ha convertido en el foco de atención; la palidez que adopta y su nerviosismo no hace más que acentuarlo.
─No, bueno... ─El chico duda unos segundos antes de declararse derrotado─: No lo sé.
─Que mal, porque yo estaba de acuerdo ─asegura Rogers y suspira─. Aunque, claro, esas ideas no siempre son las que se cuentan.
La calma vuelve después de eso. Rogers observa en silencio a los alumnos; es uno de esos momentos en que parece discernir si están calificados para permanecer todo un curso con él. Para todos es difícil interpretarlo. Su mirada viaja de persona en persona, veloz, imperturbable; cualquiera podría jurar que, al encontrarse con la suya, él acaba de juzgar toda una vida. Pero esto no se extiende más allá de unos segundos.
Cuando el profesor termina de estudiar a su clase, avanza con determinación hacia la pizarra.
─Este semestre ustedes crearán una guerra.
No hay pretensión en las palabras de Rogers, pero sí intensidad. Eso solo consigue sembrar desconfianza en los alumnos y algunos comienzan a replantearse la cordura de su maestro. Pero al quedar claro que nadie se atreverá a comentarlo, él continúa:
─Declararán una guerra contra uno de sus compañeros. Y, como en todas las guerras, su objetivo será desarmar a su oponente. Aprenderán sus debilidades, los miedos en cada aspecto de su vida. Aplastarán lo que son, lo que sueñan. Le quitarán todo, hasta que ya no quede nada. Solo así conseguirán aprobar esta materia.
Cada alumno observaba al profesor a detalle, como si presenciaran algún espectáculo de magia, intentando encontrar la puerta falsa. Saben que, con algo de sentido común, habría que tomar las palabras de Rogers como una broma. Pero la manera en que él hablaba, con firmeza en su voz y movimientos decididos, lo vuelven complicado.
Rogers toma una respiración profunda, satisfecho con la escena. Con gesto solemne, vuelve a evaluar uno a uno a sus estudiantes. Pero pierde el personaje cuando fija su atención en un punto en particular.
─¿Leo? ─pregunta con una sonrisa─. ¿Tienes algo que comentar?
En un segundo los alumnos parecen haber encontrado algo más interesante que el profesor. Pero el chico al fondo del auditorio no parece darse cuenta, lo que consigue aumentar su curiosidad.
─¿No es eso fomentar el odio?
Rogers duda un instante, como si acabara de caer en esa posibilidad.
─Tal vez ─acepta─. Pero somos personas civilizadas.
—¿Las personas civilizadas se despedazan entre ellos?
—No, las personas civilizadas crean guerras —aclara Rogers—. ¿Sabes por qué?
—Porque sin ellas no habría civilización.
—¡Exacto!
La respuesta animada de Rogers basta para que cualquier mirada curiosa vuelva a centrarse en el profesor.
─Trabajará cada uno con un compañero ─dice él, comenzando a escribir en la pizarra. Para un momento y se corrige─: O, debería decir, ¿un enemigo? Importa más bien poco. Nuestro objetivo es comprobar... — —... que la guerra es necesaria.
Rogers señala las palabras a tiza como si merecieran todo el interés. Pero los alumnos no parecen de acuerdo; es el profesor quien capturaba la atención. Pocas personas habrían lucido tan emocionadas como él, con una energía desbordante que hacía dudar si el que estaba ahí delante era un adulto o un niño pequeño. De no ser el tono solemne en sus palabras, habría sido indiscutible.
─Esta tarde podrán saber quién será su compañero y cada viernes entregarán un reporte de su avance ─explica─. Incluirán todo lo que descubran sobre su enemigo y lanzarán su ataque. En base a eso decidiré quién es el ganador de esa batalla. ¿Alguna pregunta?
Por la razón que fuera, nadie se atreve a decir nada, por mucho que la mirada de Rogers viaje hacia cada uno con insistencia.
El profesor dedicó el resto de la clase a afinar detalles, marcar plazos y otros temas, anunciando que aquella misma tarde conoceríamos a nuestro compañero.
Tiempo más tarde, cuando el resto de los alumnos se retiraba,
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Retrato de un hombre en el agua
Ficción GeneralObra participante en el Novella Contest 2021 Borrador horrible, no leer por el momento