04: Smärta

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[17 Septiembre]

En esta semana había descubierto las líneas en las láminas de metal que constituían el techo, delgadas y casi imperceptibles si no pasabas mucho tiempo buscándolas entre el opaco color pero que ya no se desvanecían una vez que las encontrabas.

Había considerado tratar de buscar alguna que estuviese floja para poder arrancarla y buscar una salida pero me di cuenta que habían dos problemas importantes con esa alternativa. El primero era que la separación entre las láminas era muy delgada, no más que un par de milímetros así que no tenía con que separarlas, en segundo lugar no alcanzaría el techo ni aunque me pusiera de pie sobre la cama.

No había ninguna forma en la que pudiera escapar, solo tenía que aguardar a que la policía llegara por mí.

Aparté la mirada del techo, al suero colgado en un perchero metálico. Era lo único que él había permitido dejarme en sustitución de la comida, una bolsa de suero que venía una enfermera a cambiar cada día luego de revisarme.

Había tratado de apelar a su humanidad para que ella me buscara ayuda o me ayudara a escapar, pero ella nunca me miraba a la cara y parecía no entender lo que le decía. Hacía un día que había dejado de intentarlo.

Me senté, despacio, sobre la cama. Seguía sintiéndome cansada y mareada ante cualquier movimiento por lo que me movía con cuidado, despacio para no aumentar el mareo.

Me froté la cara con fuerza para no permitir que el sueño me volviera a tumbar a la cama, no podía permitirme descansar cuando no debía de faltar demasiado para la llegada de la enfermera.

La puerta se abrió y la mujer entró con el traje blanco habitual, el cabello oscuro y lacio recogido en una coleta aunque en esta ocasión no traía ninguna mochila.

La observé atenta, como ella revisaba la media bolsa de suero que me quedaba. Suspiró de una forma extraña mientras hacía lo habitual, revisar el cable y luego ver las heridas en mis muñecas que sanaban bastante bien, les aplicaba alguna clase de ungüento y luego las vendaba de nuevo.

Sacó una libreta de su bolsillo y yo miré la puerta que estaba entreabierta. Me pregunté quien estaría del otro lado, esperando a que yo intentara salir para detenerme y volver a encerrarme en la habitación, para que me volvieran a esposar.

Ni siquiera valía la pena intentarlo.

Cerré los ojos, dejándome caer de nuevo en la cama cuando escuché los pasos alejándose de la enfermera.

»Dios, dame fuerzas para soportar este día«

Era lo que oraba cada día, esperando el momento en que no tuviera que hacerlo porque iría de camino a casa, a donde estaría segura.

Tuve que abrir los ojos luego de un rato, no lograba dormir. Me senté de nuevo sobre la cama y miré la seda negra que me cubría el cuerpo, era tan... suave que parecía extraño no haberla notado antes.

Bueno, tampoco es que hubiera estado muy pendiente de que era lo que aquel psicópata me había brindado. Pero la suavidad de la tela era impresionante, a lo mejor cuando me rescatara la policía le pediría que me dejasen llevar la sabanas para no tener que volver a usar las mías.

»¿En qué estoy pensando?«

Sacudí la cabeza, alejando esa idea ridícula de mi cabeza. ¿Cómo se me ocurría pensar en llevar a casa algo de este lugar?, tendría que estar demente si consideraba la idea de guardar algo, por mínimo que fuera, de este lugar.

Pero...

Fruncí el ceño, levantándome de la cama con lentitud. Mirando la cama para alejarme de las suaves sedas, no podía permitir que se me nublara el juicio por una maldita tela.

JAQUE: El Perverso Juego del Rey [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora