09: Vånda

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[03 Octubre]

Eché la cabeza hacía atrás, dejando que el agua helada se colara por mi piel tan hondo como pudiera. Al menos eso adormecía el dolor que me había acompañado nada más al abrir los ojos, me dolía estar de pie, me dolía estar sentada, me dolía estar acostada.

Era como querer escapar de mi propio cuerpo.

«—No importa cuánto corres, niña. No puedes huir»

Cerré los ojos sintiendo las lágrimas que se acumulaban con fuerza, no las retuve porque tampoco serviría de nada. Justo como lo habían hecho las suplicas a un dios que sabía que no me escuchaba y me había dejado donde él consideraba que debía de estar.

Y a lo mejor era así. A lo mejor tenía que quedarme aquí hasta morir.

Me aseguré de que todo rastro de jabón hubiera desaparecido mientras cerraba la llave. Lo único que entibiaba mi piel eran las silenciosas lágrimas que no dejaban de salir de mis ojos, me sequé y me vestí con una sudadera que había sacado del armario sin mirar.

No tenía ánimos para cepillar mi cabello así que solo salí para verlo de nuevo en la puerta. Venía al menos tres veces al día para asegurarse de que seguía con vida y a hacer una pregunta que no variaba de respuesta.

—¿Cómo se siente?

—Eso ya lo sabes—susurré con cansancio—. Mal.

Me senté sobre la cama y me sequé las mejillas antes de dejarme caer sobre la cama. Me dolía la cabeza lo suficiente para saber que la luz y el sonido me molestaba pero no quería pedirle que se fuera, no después de la forma en que actúe la última vez y que me había hecho quedarme sola.

Sola con él.

—Necesito que se ponga de pie.

Lo miré con confusión, no sabía que esperaba ver en él pero no era la absoluta y completa nada que su rostro demostraba. Me asusté cuando dio un paso en dirección a la cama, casi me senté de golpe cuando vi que sostenía algo negro en su mano.

El corazón se me aceleró con violencia, retumbándome en los oídos, mientras que sentía que el aire escaseaba de mis pulmones. Él no podía... Él no sería capaz... Él...

—No voy a hacerle nada, señorita Adams—dijo con suavidad, como si pudiera sentir el miedo que me recorría el cuerpo—. Esta noche tiene su prueba y para ello hay que vendarle los ojos.

El estómago se me revolvió y todo el cuerpo se me tensó. Ya no importaba el dolor en todo mi cuerpo, la punzada de dolor en mi cabeza, el mareo que pateaba el estómago. Nada. Lo único en lo que podía pensar era en el terror que me congeló cada centímetro del cuerpo, en el temor a lo que fuera que él iba a hacerme y que necesitaba que yo no pudiera verlo, lo que...

«—O puede ser una mentira, niña. Puede que él quiera jugar contigo»

No. No quería estar a oscuras. No quería estar indefensa. No quería... yo podría... haría... sería...

—Por favor—supliqué retrocediendo en la cama—. No me defenderé pero por favor no vendes los ojos.

—Le aseguro que no le haré nada, señorita Adams.

—Entonces no me dejes a oscuras—no me di cuenta de que estaba llorando hasta que el sollozo escapó de mis labios—. No me hagas esto, por favor.

—Lo siento mucho. Él demanda que así se haga la prueba.

Me abracé con fuerza, esperando a que se lanzara sobre mí para hacer lo que fuera que lo había traído hasta aquí. No importaba si era algo que él quería hacer o algo que él hubiera ordenado, no tenía relevancia, lo único que importaba era el dolor dentro de mi pecho.

JAQUE: El Perverso Juego del Rey [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora