Cuando pensaba que nada podía superar su emoción al recibir su anterior premio, llegó el momento de estar de nuevo recibiendo otro y sentía como se desvanecía su teoría al pisar el podio de nuevo, quizás era porque la carrera, la algarabía y aquellos vítores eran muy particulares —tanto como la pista de pesadilla a la que se enfrentó minutos antes—, los presentes la ensordecían y emocionaban en partes iguales; definitivamente eran eventos incomparables.
Lo que sí era igual, era esa sensación... aquel sinsabor, no podía quitar de su paladar un sabor amargoso producto de las vibraciones disparadas en su organismo al momento de celebrar; ni cuando abrazaba a sus padres, o a sus dos hermanos, ni siquiera cuando su mejor y más fiel amigo la abrazaba, y la levantaba del suelo para darle un giro, el famoso giro de la victoria. Nada cambiaba aquella sensación, opacando su felicidad...
Para ella bien era cierto aquello de que: «la felicidad nunca viene completa». Una vez lo leyó en uno de sus libros favoritos y le quedó clara esa premisa. Aunque la felicidad se presente con todo y lazo, completa, plena, el ser humano siempre encontrará una rendija por la que dejase colar su inconformidad, y ello era inevitable, para ella.
—Estoy muy orgulloso de ti, hija —la felicitó su padre cuando pasó la euforia de su recibimiento al bajar con su premio: el primer lugar de una de las carreras nacionales de monoplazas con mayor importancia en el automovilismo de su país—. Has mejorado tu problema en esa curva del demonio —farfulló Julio Valdés, un mexicano radicado en Estados Unidos, mecánico, experto en autos de alto rendimiento.
—Se portó bien, no hay dudas —le respondió y sonrió ligeramente, recordando como su esfuerzo de concentración le consumió hasta su última neurona, dejándola muy exhausta en plena carrera, pero pudo hacer acopio de su energía de reserva y continuó, obteniendo el mejor de los resultados: ganar. Apretó el premio en su mano derecha y exhaló con un profundo alivio.
«Casi no la cuentas morrita», se dijo a sí misma.
—¡Vamos a celebrar! —interrumpió un entusiasta Jhon, su mejor amigo y agente de representación.
Todos concordaron con un «¡Sí!» de inmediato.
—Me cambio y nos vemos en cinco —planteó la homenajeada, mirando sus pintas y luego sonriéndole a todos.
Sus padres y hermanos asintieron, el mayor recibió el trofeo y luego se marcharon para esperarla a la salida de aquel amplio recinto.
—Campeona —la llamó Jhon—, voy a firmar el papeleo y nos vemos pronto, si necesitas ayuda me avisas... —bromeó, lanzándole una ilusoria mirada de lascivia; era normal en él, en ellos tratarse así.
—Idiota... —sonrió y se marchó hacia los vestuarios.
—¿Cuándo me darás el sí? —La morena lo ignoró, pero al caminar, con él a sus espaldas, flexionó su brazo y le mostró su dedo del medio, él rió—. No encontrarás mejor partido... ¡eh! —recalcó el castaño, siguiendo con su chiste.
Sabía muy bien que el corazón de su amiga tenía dueño, y que ese personaje era un imbécil... nunca dejó de lamentar que su mejor amiga, a quien consideraba como su hermana menor, cayera en las fauces de aquel... innombrable. Él tenía la tarea de hacer que abriera su corazón de nuevo, que dejase entrar a alguien, pero durante esos años no había encontrado nadie digno de su amiga. Su trabajo de amigo y hermano mayor celoso lo tomaba muy en serio.
Cuando la piloto iba llegando relajadamente a su zona de vestuario; notó que ya en el área quedaban pocas personas. Luego de las premiaciones varios del staff volaban al salón de fiestas a comer y relajarse, después del arduo trabajo.
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Sin límite
RomansaJulia Valdés, alias JVega, una piloto profesional de monoplazas: joven, temeraria, sana y atractiva, deseó ir por sus sueños de la mano del amor de su vida, bueno pensó que eso debería ser lo normal... No, el ir por sus sueños aún y a costa del gra...