Prologo

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Abiit, excessit, evasit, erupit

(partió, se retiró, escapo, salió de allí con violencia)

Cicerón, Catilinam

Las nocturnas luces de las calles empezaban a adornar la grandeza de la cuidad andante de Nueva York. El fin de la gran guerra acaba de llegar, los escombros de la guerra dejaron una fuerte crisis económica, demográfica y social. El fin de un día, pero el comienzo de una nueva vida; al menos eso fue lo que creyó, el ansioso, joven y roto corazón de un chico con apariencia de ángel.

De bello mirar, cabellos rubios tan claros y brillantes con la osadía de opacar al oro mismo, piel blanquecina rodeada de pecas en las mejillas por debajo de los ojos, y estos, eran el espectáculo del deleite, cualquiera podría jurar que ante su mirar se manifestaba el cielo del día aún en la oscuridad de la noche – una lástima que estos carecen de brillo- estaban opacos, hinchados y rojizos; delataban la presencia de lágrimas de existencia insufrible y en su mejilla derecha había una inflación, un buen golpe. Frente aquella quejica se deslumbraba la boletería de la estación Grand Central, marcando los horarios y destinos hacia los viajeros.

Con labios temerosos, semblante inseguro, manos sudadas; una sosteniendo su maleta con varias cartas, revistas, ropa, dinero, joyas de dudosa procedencia, una bolsa con un misterioso polvo blanco, y un revólver. Se adentra a la estación y avanza a su nuevo destino.

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En el último piso de una mansión alejada de la ciudad, en un despacho que destacaba en fortuna, glamur y riqueza, estantes llenos de libros, una mesa llena de bebidas caras, entre ellas se reconocían el tan famoso ron cubano Bacardi, la nueva mezcla de whisky con ginebra, el nuevo invento French 75, y el favorito de los magnates Scofflaw; los sillones de cuero negro, la alfombra de piel de oso, el cuadro de una hermosa mujer rubia de ojos azules enriqueciendo la pared principal, y un lujoso escritorio de caoba dándole la espalda al atardecer, estaba sentado un hombre de aspecto grande y robusto, con signos de edad avanzada y una rosa roja en su pecho, el Don de la familia Ragnelli.

Su mirada era amarga y pensativa, en definitiva, hoy no fue un día del todo bueno, durante esa semana tuvo que atender una noticia muy benefactora para él- tan buena que es difícil de creer- pero ciertamente la discusión con su hijo arruino todo su ánimo y multiplico su estrés. Su mano aún siente un calambre, y sus ojos no paraban de ver aquella epístola, sus pensamientos se mezclan con recuerdos teniendo una experiencia áspera y desagradable. Su juicio se ve interrumpido con el tocar de la puerta.

—Me mandaste a llamar— Dijo entrando su hijo mayor, un buen mozo, similar en comportamiento y algunos rasgos físicos a él, su mano derecha y futuro heredero.

—Sí, entra— dijo mientras se enderezaba y ponía sus pensamientos en orden— seré claro en esto, como sabrás hay noticias del deceso de un pez gordo en...Nueva Orleans— Mencionó el nombre de esa ciudad con un claro tono de desprecio.

—te refieres a...

—sí, ese mismo— interrumpió, era claro no quería ni oír ese desdichado nombre — el bastardo se hizo de una buena fama e influencias, pueden delatar y encubrir cualquier noticia a su conveniencia.

—entonces, quieres que vaya a esa cuidad a comprobarlo—

—te estoy dando un adelanto de lo que puede pasar, ya mandé algunos hombres a investigar el panorama y buscar algunos informantes que puedan aclarar este asunto— mencionó pasándole un sobre lleno de direcciones, fotos y números de teléfonos correspondientes a sus lacayos. El menor solo lo ojeo, dándole una mirada vivaz a su progenitor.

Sendero al Infierno || RadioDustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora