CAPÍTULO 2

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"EL PASADIZO DE LA BIBLIOTECA"

Venus Anderson:

Han pasado aproximadamente dos horas desde que abandonamos el comedor y me separé de los chicos. Como no se me ha orientado ninguna actividad escolar me encuentro vagando por las instalaciones tratando de disfrutar -o encontrar algo que me haga hacerlo al menos- del ambiente.

No sé cómo, ni en qué momento, pero mis pasos me hicieron llegar hasta la biblioteca. Me hubiera sorprendido más sino hubiese estado a la altura de toda la escuela, pero es en segundo lugar, lo que más me ha sorprendido desde que llegué. La fila de interminables estantes repletos de libros, repletos de conocimiento, es como un orgasmo para mi cerebro, muere por hojearlos.

Ignoro a los estudiantes que están sentados en los escritorios que hay en el centro de la habitación, y voy directamente hacia la última de las estanterías. Me fascina empezar desde lo último, pues usualmente las mejores cosas se encuentran al final.

Tomo un libro no tan al azar y empiezo a ojearlo, cuando por el rabillo de mi ojo capto movimiento en mi lado izquierdo. Me volteo y lo único que alcanzo a ver es un haz de sombra desplazándose a toda marcha hacia lo que pueda haber detrás del estante.

Quizás fue mi curiosidad la que ignoró a la alerta de mi cabeza que decía que no me correspondía lo que estuviese pasando, quizás fue ella la que cerró el libro, y aún con él en sus manos se movió a toda prisa hasta la esquina de la larga estantería, donde ocultó mi perfil para poder ver lo que pasaba. Solo alcancé a ver las paredes de piedra cerrándose lentamente.

-Este ha de ser uno de esos pasadizos secretos de los que me hablo Alessia -pensé en un murmullo.

A día de hoy tampoco entiendo si fue esa misma fuerza motora que llamé curiosidad la que me inspiró a acercarme a la pared y empezar a tocarla por todas partes en busca de algo que la hiciera abrirse. Para mi sorpresa, no fueron mis manos, sino mis pies los que activaron el mecanismo. Sentí una loza hundirse bajo la suela de mi zapato, y acto seguido las paredes se habían abierto.

Observé desde afuera, con suma cautela -aunque manteniendo la curiosidad- como una especie de pasillo con diversas puertas se extendía ante mí. Estaba iluminado por candelabros y solo pude pensar que este sitio enserio debía tener muchos años para que los supuestos pasadizos estuviesen alumbrados de esa forma tan antigua.

Cuando vi que las puertas estaban empezando a cerrarse, un impulso me llevo a dar un brinco que me dejó en el pasillo; ahora con menos luz, se ve que la biblioteca ayudaba a que se viese más luminoso.

Las puertas se cerraron a mis espaldas y solo entonces caí en cuenta de que no sabía cómo salir de ese lugar. Y maldecí, o al menos lo intenté, ya que unos ruidos al fondo me impidieron hacerlo.

Una vez más mi sensor de curiosidad se activó, y el de alerta lo siguió, aunque con una alarma más tenue.

Los ruidos se detuvieron y con la vista traté de encontrar de donde procedían. A lo último del pasillo, vi una puerta entreabierta. Debía de ser allí. Caminé con cautela, tratando de hacer el menor ruido posible. Cuando estuve en la puerta me acomode de tal forma de que yo pudiese ver todo el interior, pero ellos a mí no, y entonces observé lo que sería mi sentencia en ese lugar.

Se trataba de una especie de almacén abandonado, repleto de cajas y papeles, con un olor a humedad bastante desagradable. El lugar perfecto para esconderse o hacer algo que nadie más debía ver. Mis ojos, deseosos de encontrar a la sombra que los había llevado hasta allí dieron con dos personas haciendo algo sospechoso. Dos chicos, se estaban pasando algo. Una botella con una especie de líquido blanquecino. Supe enseguida que se trataba de alguna especie de droga, aunque desconocía cual, pues no parecía nada que hubiese visto antes. Buscando averiguar más sobre ese sospechoso encuentro presté más atención a los chicos. Uno de ellos, el que debía ser el camello era uno de los que habían aparecido en el comedor causando revuelo.

La química de sus mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora